Las grandes avenidas, las rotondas, las instituciones que se crean en una ciudad siempre son bienvenidas. Y se engrandecen las ciudades. Quien puede dudar de las obras del río Guadiana y del Albarregas; de los edificios del Museo Nacional de Arte Romano, Morería, Biblioteca del Estado, Palacio de Congresos, Biblioteca Municipal, puente Lusitania o las obras que se proyectan con el Tercer Milenio en la antigua barriada de La Paz.

Pero los vecinos necesitan algo más, esa poda del árbol que entra en su ventana, las raíces que levantan las aceras, las papeleras que están rotas y no se reponen, las pintadas que no se limpian, los lugares que están descuidados mientras en el centro hay más atención, los bancos destrozados o la avenida de Proserpina en el lago, donde hay lugares en los que no se puede pasar.

Nadie se preocupa de los muchos vecinos que viven de forma permanente en el lago y necesitan tener seguridad, zonas en esta misma avenida con peligro para mayores y pequeños. Nada.

Y no es cuestión de presupuesto ni de grandes cantidades, es sólo de un poco más de interés en esas pequeñas cosas que los concejales sacan a la luz en los momentos de las elecciones y después se olvidan hasta que llegan las siguientes.

Mérida tiene lugares que son una divinidad, pero otros deben tener mayor atención por parte de los responsables y no salir con frases de soberbia, de despotismo y de prepotencia, porque eso, ni soluciona ni se consigue nada, sólo cabrear más al personal. Y ya hay muchos cabreados.

No es cuestión de echar la culpa a quien no la tiene, la responsabilidad política está también en esas pequeñas cuestiones que afectan al vecino, al peatón y en definitiva a todos los ciudadanos.

Los vecinos siempre tienen razón, siempre, por lo tanto escuchemos sus peticiones y demos la ayuda que piden.