Imagínese que usted tiene una nieta discapacitada física, a la cual la puerta de un ascensor ha destrozado su silla de ruedas. Como es obvio necesita una nueva, y pese a que usted pueda recibir subvenciones una le costará alrededor de los 5.000 euros. Es un precio nada barato y que su economía no le permite asumir.

Entonces usted se entera por los medios de comunicación de que una empresa de Campo Maior, en Portugal, ha entregado a otra familia una silla a motor a cambio de 1.000 kilos de toda clase de tapones de plástico. ¿Usted que haría? Seguramente se pondrían manos a la obra para intentar reunir los tapones para conseguir la ansiada silla para su nieta.

Ahora imagínese que la gente se vuelca con la iniciativa, y se solidariza con toda la buena voluntad del mundo porque la noticia se puede ver en una televisión nacional. De esa forma, empiezan a llegar tapones de plástico de todas partes de España: Burgos, León, Canarias, Barcelona, Ciudad Real, y Valencia, entre otras zonas. Incluso el hospital y empresas privadas de su ciudad se vuelcan para ver feliz a su nieta.

Así pues, usted se pone de plazo un año para reunir los mil kilos de plástico, pero es tal el apoyo que recibe que en tan solo tres meses tiene más kilos de los necesarios.

Por eso, y una vez logrado con creces el objetivo, se dispone a contactar con la empresa que le entregará la silla, pero esta le empieza a esquivar, le empieza a dar largas, a no coger el teléfono y demás estrategias de evasión. Usted, cansado, se dirige a Campo Maior a la dirección de la empresa, aunque la mayor de las sorpresas se la lleva cuando llega al lugar y no existe tal empresa, ni el más mínimo rastro de ella.

Pues bien, ahora quizás pueda hacerse la idea de cómo deben sentirse el emeritense Juan Manuel Expósito y su familia. Anonadados y con cerca de 2.000 kilos de tapones en el garaje. "Después de denunciarlo en los medios de comunicación de todo el país nadie nos hizo caso, entre ellos la cadena de televisión que emitió la noticia", cuenta la familia que, sin embargo, se muestra satisfecha por poder contar su historia y ver cumplido así sus dos deseos pendientes: Hacer pública la falsedad de la noticia para que dejen de recibir más tapones y agradecer la ayuda desinteresada de la buena gente.

La familia cree además que "debe haber alguien que saque beneficio de esto, ya que también se incitaba a entregar tapones para un pequeño de Olivenza, pero investigando se ha podido saber que tal niño no existe".

Isabel, la abuela de la niña, señala, por su parte, que solo desean que "se lleven los tapones, que alguna empresa se interese por ellos". Además, y pese a lo ocurrido, nadie en la familia pierde el buen humor.