Siempre nos pasa los mismo. Nos viene de lejos. De años. Unos y otros se frotan las manos. Los de aquí. Y los de allí. En las fiestas navideñas, en el Círculo Emeritense, la sociedad recreativa más antigua de Mérida, se celebraba el baile de la juventud. No faltaban los hijos de los socios en edad de merecer y los socios jóvenes y mayores. Adquirir una entrada era todo un logro. Los conserjes lo pasaban mal. Hasta se falsificaban entradas.

Todo iba bien. Venían cientos de chavales de ambos sexos de fuera. Los de Mérida que no pertenecían al casino no podían entrar, aunque alguno se colaba. Como ha pasado siempre.

Y se creó una fiesta que le llamaron la paralela. Un baile en las mismas circunstancias, con jóvenes con idea de lo que son los negocios, y poco a poco lograron un buen éxito.

Alcanzado el objetivo, practicamente desapareció. O desapareció el espíritu de la fiesta. Y ahora se monta en este y en aquel hotel.

Ahora el paralelismo se vive con el Carnaval. Por un lado el Carnaval Romano, por otro, el ayuntamiento. Dos programas. Dos fiestas. Dos disparates. Y más de uno de fuera se frota las manos. Terminarán por que el Carnaval desaparezca. Y si no ha desaparecido ya es por las raíces que tiene. De muchos años. De mucho entusiasmo y en la actualidad hay un espíritu que anima a seguir sea como sea, y bajo viento y marea.

Nos equivocamos al no sentarnos en la misma mesa y compartir el mismo menú. Duplicar la mantelería, la cristalería y la vajilla supone un gasto inútil. Todos nos podemos equivocar. Y nos estamos equivocando y no reconocerlo nos va a suponer que estas fiestas paralelas acaben con el entusiasmo, el espíritu y la paciencia de quienes quieren un Carnaval unido y compartiendo los mismos objetivos que es Mérida. Y punto y final.