Joven, con mucho por recorrer y con un futuro muy prometedor. Así es Fuensanta Blanco, bailaora flamenca de 22 años con media vida en su ciudad y la otra media en el resto del mundo haciendo lo que más le gusta, bailar.

-¿Qué es el flamenco para usted?

-Es mi vida, o lo entiendes o no lo entiendes. Yo me levanto y lo primero que hago es ponerme a cantar. Tengo todo involucrado en el flamenco, la forma de expresarte e incluso de pedir el pan.

-¿Cómo se metió en ese mundo?

-Comencé aquí en Mérida con mi hermana y con David Quintana en su escuela y a los dos años de estar aquí dije: me voy que necesito algo más. Me fui de vacaciones a Córdoba con mis padres, fuimos a un tablao como espectadores y yo alucinaba. No paraba de jalear y me pusieron adelante a mirar todo y después me invitaron al camerino y me hicieron bailar allí. Me dijeron que allí había un conservatorio de danza, fuimos y eso fue un flechazo.

-¿Con cuántos años se fue?

-Salí con 11 años de Mérida y fue difícil. Se vinieron mis padres conmigo pero sobre todo echaba mucho de menos a los amigos del colegio. Pero luego por la tarde en el conservatorio era diferente, era muy satisfactorio para mí.

-Y después de vivir en Córdoba, ¿adónde se marchó?

-A los 18 años me fui a Sevilla. Me formé en Córdoba y aunque debería haber acabado allí a los 21 o 22 años, me pasaron de curso muchas veces porque se me daba realmente bien. Después me fui al Centro Andaluz de Danza (CAD) y es de las cosas que más nivel tienen ahora de danza. Tuve que hacer una audición, estábamos 60 u 80 y solo entramos 15. Allí hay un nivel muy alto.

-¿Cómo se tomaba las clases?

-Yo tenía muy claro que lo que quería era bailar y yo había cambiado mi vida entera para ello. No se me olvidará nunca cuando mi profesora de clásico, Estrella Muñiz, me dijo que de dónde era porque mi acento no era de allí. Le dije que era de Mérida y me dijo que si me había venido allí solo para bailar y le dije que sí. En ese momento me dijo que no me quería ver ni un día sentada, que me quería ver sudando todos los días porque mis padres habían cambiado su vida para que yo bailara. Eso fue un cambió de chip para mí.

-¿Qué nombres importantes le han dado clase?

-Yo destaco a Antonio Canales, que me ha marcado un punto de inflexión. Yo siempre digo que el baile cuanto menos es más. Antonio Canales es sencillo pero tiene la maestría. Y ahí me dije yo que hacia dónde quería enfocar mi baile y me decanté por ese estilo. Después la bailaora Eva Yerbabuena también me cambió un poco el chip en la forma de trabajar porque es muy exigente.

-¿Ha estado fuera de España?

-Sí, he estado en Japón, Italia, Alemania y en Francia. Suelo ir a dar clases y aunque de normal no vaya a actuar, siempre que voy termino haciéndolo. En Japón son unos frikis del flamenco, están más enganchados que nosotros y tienen tablaos donde bailan japonesas con un nivel alto.

-¿Cómo es la situación actual del flamenco en la ciudad?

-En Mérida hay ahora más nivel que antes. Cuando yo salí de aquí el nivel sí era más bajo pero ahora ha cambiado mucho. Los monitores han salido fuera y ya están enseñando mejores cosas.

-Y actuar en el teatro romano, ¿qué supondría para usted?

-Mi sueño es actuar en el teatro romano. A todos los lados que voy digo: mira yo soy de aquí y si no sabes dónde está vienes. Me he traído ya aquí a tres japonesas y a una india para que conociesen mi ciudad. Cada vez que entro se me pone el vello de punta. Es mi sueño pero siempre digo que me quedan todavía unos añitos para hacerlo. Ahora estaré preparada, pero no tengo aún ese peso y esa madurez que quiero adquirir.

-¿Cómo ve ahora Mérida?

-Cada vez que vengo me cabreo un poco. Tenemos un potencial a nivel cultural brutal y sin embargo la ciudad está ahí un poco abandonada y la conoce muy poca gente. El festival de teatro y el Stone la han levantado un poco, pero es que Mérida tenía que estar llena de turismo. Para los jóvenes no tenemos cosas culturales, no hay movimiento. Y otra cosa son las comunicaciones, Mérida tiene que tener AVE.