Al Barca lo fundó un suizo, Joan Gamper (Barca porque no sé poner la ‘c’ con rabito y me ahorro el chiste); en su primera directiva figuraban Morris, Steinberg, Wilty y Harris. Figuras históricas han sido Kubala, Cruyff, Messi, Diego Armando o mi apreciado Cholo Sotil, el de «mamá, campeonamos».

Aún recuerdo el golazo de Koeman, a los de Boer y a Kluivert (elaborando catálogo de discotecas). De Stochikov ni les hablo, por la cuenta que me tiene. De Chicho Sibilio, tampoco, porque usaba otro balón. Preocupante es que Juan Carlos, Guillermo o José Antonio digan que son culés (que les sobresale el culo, para entendernos) dadas sus altas responsabilidades y su oposición a la esclavitud (que viene a ser el trato que nos dispensaban a los extremeños en los 60 catalanes).

Pero de colores se visten los campos de fútbol en las primaveras y la fidelidad a un equipo supera partidos políticos, amistades, esposas y cuñados. Pese a que esta temporada, gracias a un paisano de Viandar de la Vera, apodado Txingurri, están que se salen (a lo que ayuda que el Madrid no solo va de blanco sino que está en blanco), y tan sobrados van que la estratagema, que introdujo Venables, de orientar a los delanteros en el lanzamiento de un córner señalando los dedos, la han sustituido palpándose otra cosa o, peor, sacando los cuernos a la afición tras meter un gol.

Pero quizá olviden que en fútbol, como en la vida, no hay campeón sin suerte (salvo si eres alemán) y que todavía faltan partidos y partidas. Con todo, han conseguido hastiarme de algunos sapos azulgranas, demasiados difíciles de tragar. Al Barca ya lo considero una etapa pasajera, como el pañal, el biberón, el PP o yo mismo. Entre el fútbol y la situación política me arrecian las ganas de hacerme portugués y retornar a mi equipo de pequeñito, el Benfica. O Glorioso campea sobre Lisboa y, estos, no engañan a nadie.