O sea, arrodillarse porque, desoyendo el amable consejo de no critiques a los que vamos a misa, hazlo con quienes no van (la verdad es que me las apaño bien equivocándome solito), no entra en mis cálculos reprimirme más tiempo y, a riesgo de tildarme de la cofradía del santo reproche, no me queda otra que reflejar mi preocupación por una extraña enfermedad, epidemia no declarada, que se extiende por los templos de mi patria (pequeña). Supongo que uno debe escribir en línea con sus manías, errores, deseos o complejos pero hay señales evidentes de una pandemia de anomalías físicas entre los practicantes (y por tanto creyentes) católicos, entre los que excluyo a ancianos o imposibilitados: o bien los feligreses no oyen (luego son sordos), o no entienden lo que escuchan, o no son conscientes ante quien están o parecen seriamente lastimados de cintura para abajo y no se pueden arrodillar. Así que el evangélico 'Al nombre de Jesús toda rodilla se doble, en el cielo, en la tierra, en el abismo...' tiene una coletilla excepcional, menos si vas una iglesia católica dónde no se arrodilla casi nadie en la Consagración . Me temo que algunos feligreses no captan ese profundo 'por ser vos quien sois', ni saben ante quien están, ni que los pequeños pasos o gestos hacen camino. Si pensamos, como así es, que nuestro Dios está en el Sagrario no deja ser normal arrodillarnos ante El, por respeto a la fe que profesamos, por reverencia a nosotros mismos. En Portugal esas normas de respetuosa convivencia se cuidan más, siguiendo la tradicional máxima de 'Si vas, hazlo bien y con todas sus consecuencias' .

Pero aquí, por no arrodillarse hay iglesias que incluso suprimieron el reclinatorio, no vaya a ser que alguien se arrodille sin querer. ¿Pero no les da pena? Estoy por preguntarle a alguno si es donante de órganos y no quiere lastimarse de cintura para abajo, aunque la respuesta sea una maldición gitana de esas que empiezan ¡Ojalá-!

Supongo que hay gente que considera peligrosa la genuflexión, que piensa que puede perder la pierna, a la que le tiene cariño porque le gusta andar con ella. Y, que conste que son buena gente, algunos llevan una vida más recta que el Dalai Lama, lo que no impide que nos hagan sentirnos solos a quienes nos arrodillamos, solos, como los egipcios sin Sinuhé, como los macedonios sin Alejandro, como Asterix sin Obelix, como una idea en mi cerebro...

Entre las señales que nos ocupan hay otra reseñable, los tiesos siempre se ponen en las filas primeras, para que conste, supongo, que así destacan más. Si arrojáramos euros al suelo me gustaría ver qué hacían-o que haría al verlos San Cucufato-para embridarles algo un rato. He intentado argüir el porqué de esta absurda irreverencia y al final (o al principio) siempre hay un clérigo desnortado (que es el primero que no se hinca), una incapacidad de parte de los párrocos por convertir al feligrés en cómplice de los pasos justos y medidos, una liturgia desvaída, un podéis ir en paz, pero descansaditos... y sin la fatiguita de arrodillaros.