Poner las cosas en su sitio es signo de urbanidad y educación. Eso tratamos cada día en esta columna. Si hablamos de un partido, se cabrea el otro. Si escribimos del otro, se molesta el uno. Lo mejor, lo que hemos venido haciendo durante años, decir lo que creamos oportuno sin importarnos las opiniones de unos y otros, vamos, lo que hace nuestro presidente Juan Carlos Rodríguez Ibarra. Lo suelta y cada cual que opine lo que crea más conveniente.

Lo de la UD Mérida viene a ser algo parecido. Conozco bien a José Fouto Galván, y a su padre y su abuela Angélica que es un tesoro. Fuí el primero en recibir de ella, en una multitudinaria fiesta, el Camello de Oro del mejor café que se puede paladear.

En este club las cosas no van bien. Pocos socios. Seiscientos. Lo justo para llenar un pequeño rincón de un estadio que se hizo gracias a la gestión que realizó Pepe Fouto y a la Junta de Extremadura que se comprometió a remodelarlo si subía a Primera División. Es un club con historia, aunque este sea su hermano menor, al fin y a la postre son de la familia. El ayuntamiento, que tiene dinero para muchas cosas, algunas banales, debería mojarse hasta el mismo tuétano y dar una cantidad para que saliera de esa angustia económica, desaparecer un club en una ciudad es signo de debilidad institucional y aquí, el milagro no es de la corte celestial sino del municipio con gestiones conjunta para sacar adelante una comprometida situación. El chaval, el joven presidente, se lo merece, le conozco bien, tiene ganas, es formal, abogado y su principal pleito es sacar adelante este juicio que se las trae. Todo pleito cuesta dinero y hay que pagar a las partes para que el juez conozca la verdad y proceder luego en consecuencia. Las consecuencias son mojarse y sacar adelante este club que puede, con su presidente, darnos muchas alegrías. Para penas ya tenemos con las que tenemos.