En la antigua Grecia los ancianos componían el Senado. Daban consejos y los jóvenes iban a luchar para imponer la paz en su territorio o conquistar unos nuevos.

Esta sana costumbre de pedir consejos se ha quedado en los siglos como un recuerdo. Los jóvenes o maduros miran al jubilado como algo que vale para echar una partida de dominó, una cuatrola, el mus, un poco de pesca, alguna caza y tomar una copa en el Hogar de Ancianos, o el Hogar del Pensionista, a bajo precio y esperar a que el Inserso le conceda un viaje y así conocer nuevas tierras a bajo precio y, con buena comida.

En la sede de los partidos políticos los jubilados ni aparecen y, si lo hacen, se les mira con respeto pero no se cuenta para nada con ellos, y así les va a más de uno. Los jubilados tienen sapiencia, experiencia, conocimientos, costumbre de saber esperar y aguantar; hábito para continuar trabajando y práctica en todas las materias que muchos jóvenes y no tan jóvenes desconocen.

Los políticos sólo han ideado para los mayores el obligado descanso que muchos no necesitan porque con esto de la jubilación anticipada, prejubilados con cincuenta años y los que por huevos han tenido que dejar el trabajo porque la empresa se cierra o la cierran y esperan en el paro la jubilación como salida a sus males.

Los jubilados deberían contar con más presencia en el poder político local, provincial y regional, pero eso son puestos que cubren y dejan sin un buen sueldo, que es lo que iran la mayoría, al margen de la dieta y el kilometraje para estar sin dar ni golpe en más de un puesto político y sólo esperan la hora de la copa para charlar de cómo dar el codazo al que se encuentra mejor que él.

No todos son así, pero los hay jubilados que deberían estar en el poder político por derecho propio en determinados sectores para dar consejo al que sea menester.