Ahora que han empezado a florecer los naranjitos de la Argentina, ahora que el azahar ya se huele por los vericuetos de mi barriada y la Cruz de Guía de mi Cofradía brilla, reluciente, en un rincón de San José, esperando la mano amiga que sepa portarla, ahora que anhelamos, ilusionados, que llegue el Domingo de Ramos para ceñirnos la capa color vino (la sangre viene después) de la Sagrada Cena, ahora que afrontamos los capillitas esa hermosa manera de ser emeritense que es la Semana Santa, ahora... Van y nos colocan dos partidos de fútbol en cuatro días.

Se hace Mérida desde el día a día de nuestro trabajo, no importa cuál sino cómo lo hagamos, pero esta bimilenaria ciudad, de romanos nada resignados, aguanta todo, todo, menos malos resultados de nuestro equipo. Y esta temporada empatar es un resultado flojito. Ha sido empatar un par de partidos, dos tertulias de Onda Deportiva rajando un poquino y han renacido los tiempos de Pepe Fouto cuando era más peligroso hablar de fútbol que de política. Ni comparación. Y que no me llamen iluso porque tenga una ilusión, la de ascender de una vez. Si subimos, subimos todos, si permanecemos, veremos en qué queda esto. Y, una vez en la vida puede cruzarse un Langreo. Dos, no. Dos Langreos en llamas serán insoportables.

Ahora dicen que soy un pesimista, to-do ne-ga-ti-vo, que cuando pase el tiempo de los partidos no recordaré lo bien o mal que jugamos sino el resultado y que vamos los primeros, ¿qué de qué me quejo? Pues de eso, que a mí la patada a seguir me parece que es para el rugby, como entrar en la melé, con sus crouch y touch que, en fútbol, los sistemas los hacen buenos o malos los resultados pero que la afición quiere juego bonito (mira que coisa mais linda, Daniel). Hay que jugar con nervio pero sin nervios, que uno va al Romano a alegrarse la vida que para eso el fútbol es un sentimiento y no para sumar zozobras y, para terminar, que a la rivalidad de la ofensa prefiero la rivalidad del puro (si es habano, mejor).

Decía uno de nuestros entrenadores pasados, ¡hola Bernardo!, que lo normal es que los comentaristas de fútbol entendieran algo de fútbol, pero esa norma hacía conmigo una excepción. ¡Cuánta razón tenía! Pero, a estas alturas de mi emeritense vida no voy a cambiar de equipo, barriada ni cofradía. Ni cejar en que mis ilusiones se cumplan. Amén.