Ahora se fuma por inercia. Antes sólo el tabaco rubio, que era prohibitivo por su precio, estaba liado. El negro se compraba en paquetes que, con el papel, exceptuando Los Ideales, de color amarillo, que ya venían liados, también adquirías en el estanco, y la caja de cerillas. Era la base de un buen fumador. Encendíamos con mechero de mecha, los de martillo, que se les echaba gasolina.

Ahora los paquetes vienen con unos mensajes que dan asco: Fumar perjudica gravemente la salud y la de los que están a su alrededor . Una putada. Me encanta que fumen a mi lado. He sido un fumador empedernido, ¿no se dice así a los que fuman mucho?, de tabaco negro. Y cuando era joven, como estaba siempre sin una peseta, compraba en La Zarza tabaco verde, lo mezclaba con un paquete y llenábamos tresveinte . En la primera chupada garraspeabas.

Conozco a muchos médicos que fuman. Y el consejo que pone en una de las cajetillas: Su médico y su farmacéutico pueden ayudarte a dejar de fumar no es cierto en todos los casos. Mi amigo Lucio Galán, jefe de los Servicios de Rehabilitación del hospital; Antonio Cerrillo, jefe de Medicina Preventiva; o Angel Fernández, farmacéutico, lo primero que hacen es, si eres amigo, ofrecerte un cigarrillo en la consulta o en la reboquita.

Mi padre, Jesús Delgado Valhondo, cuando echaba un cigarro en su presencia le encantaba oler el cigarro o pasarse el humo por la nariz.

Dejé de fumar. Estaba con dos amigos que se encontraban enfermos por el puñetero tabaco: Fermín Ramos, cronista oficial de Mérida, y Fermín Fuentes, perito agrícola en la Junta de Extremadura. Por desgracia ya no están entre nosotros. Seguí sus consejos y dejé el tabaco un día de San Fermín.

He puesto 20 kilos y me acuerdo de los pitillos que me fumaba con Blas Barroso mientras tomábamos una copa. Un cigarro mientras bebes una copa de vino, tomas un café o ves una película del oeste en casa, es un placer. No amargarlo.