Las lluvias han aparecido y los paragüas se han quedado olvidados en los bares, comercios y en casa del amigo. Pero han llegado las lluvias que es lo importante.

Un largo fin de semana lluvioso y con visitas de casi toda la población emeritense al cementerio a llevar flores a sus difuntos.

Hay cierta picaresca de los que llevan su cubo, se acercan al grifo a echarle agua, no les falta un cepillo de la tienda de todo a cien , un trapito y se van, con cierta mirada a izquierda y derecha a un nicho o panteón donde no hay nadie. Le pasa el paño, de forma disimulada y sin perder de vista su entorno, se lleva el jarrón con las flores y así se ahorra el ramo de flores, y el jarro de cristal o porcelana.

Nadie se ha enterado y sus difuntos están repletos de flores de otros que están, como el suyo, en la otra vida.

Nunca me han gustado las flores del cementerio. Mi padre, recuerdo que en cierta ocasión, le operaba Francisco Téllez en Badajoz de algo sin importancia y cuando me dijo, pocos minutos antes de operarse: Hijo, todos los quirófanos huelen a crisantemos.

Desde entonces odio a los crisantemos que es la flor más apreciada por los chinos, pero yo no soy chino y no me gustan los crisantemos.

Somos un poco hipócritas, estos días es un ir y venir para recordar a los familiares que han desaparecido y después no vuelven en todo el año. Aunque el recuerdo es algo que se lleva dentro, personalmente no me gustan los cementerios pero voy de vez en cuando a decirle algo a mis padres, me quedo más tranquilo y el charlar un rato con ellos me calma.