La muerte de Luis García de la Puente y García de Blanes nos ha cogido de sorpresa. Nadie sospechaba un desenlace tan rápido. Tomó sus copas, sus aperitivos, en la cena, una perdiz, y murió en la madrugada del sábado sin molestar a nadie, se lo encontró su mujer Marisol Galván Pacheco paseando por la eternidad como si nada hubiera pasado. Como en un cuento de hadas y, comieron perdices... Era todo humanidad.

Horas antes estuvimos repasando su archivo para hacer la historia de la concatedral de Santa María la Mayor donde una de las capillas, la de los Mendoza, pertenece a su familia. Me prologó mi último libro de Viejos Escenarios Emeritenses y el segundo tomo estará dedicado a él.

Era entrañable. No sabía decir no. Antonio Vélez obtuvo el permiso de pasar por su finca de Los Pinos, gratis, las tuberías para llevar el agua potable a Proserpina. Pedro Acedo editó las ordenanzas municipales en sus distintas etapas y le dejó el único ejemplar que hay de 1677.

Se me ha ido uno de los mejores amigos. Di clase a sus hijos Mayme, Luis, Antonio, Alonso y Carlos. Ya todos casados y con hijos. No había nacido Javier, se casa en julio. Estaba orgulloso de sus hijos. Logró unirlos. Apiñarlos. Nos encontrábamos con frecuencia en Casa Rufino, donde tomábamos unas copas de vino tinto. Le encantaban las gambas. Tenía la endiablada habilidad de pelarlas de forma que estabas chupando la primera cabeza y se había comido media docena. Le encantaba la buena mesa. Un señor de los que ya no quedan. Con clase. Estilo. Educado. Generoso. Lector empedernido y culto en todas la facetas. Cada día nos contábamos cosas. Me duele su muerte. Me entristece su pérdida. Lo recordaré siempre. Mi amigo, que viaja en la eternidad, me esperará para seguir hablando de Mérida y de nuestra familia. Lo que más queremos. Adiós Luis.