El puente Lusitania, del controvertido arquitecto valenciano Santiago Calatrava, cumple 25 años sobre el río Guadiana como icono de la ‘nueva’ Mérida, pero más allá de su imagen, su puesta en servicio supuso un alivio para el tráfico de la ciudad -soporta 15.000 vehículos diarios- y un descanso para el Romano, del siglo I a. C.

Esta moderna infraestructura de finales del XX, como otras de su generación que bordean el río, el Palacio de Congresos o la Biblioteca Pública del Estado, supone un contrapunto en el mismo entorno a históricas edificaciones como la de la Alcazaba Árabe. «Tras el asombro inicial que causa esta rareza, uno se ve obligado a reconocer que, a pesar de su increíble configuración, el puente se encuentra en sintonía con el paisaje», dice el ingeniero de Caminos, Doctor y Máster en Urbanismo, Pedro Plasencia, en la web puentemanía.

El ingeniero se refiere al «arco pronunciado y ligero» del puente que «contrasta con la apacible llanura del campo abierto en el que se encuentra», y que «se asemeja al suave y ondulante lecho del río y a la imperceptible redondez de las colinas distantes». El puente fusiona acero y hormigón y llama la atención por el diseño de su gran arco, de 190 metros. Se levantó entre 1988 y 1991, con una inversión de más de 7,2 millones de euros.