A Fernando Delgado le pusieron el lunes un marcapasos. Le dije que para qué necesitaba marcar vasos si en sus cuarteles de invierno la cuenta de los vinos la lleva Gloria Ossorio, pero le han implantado otra cosa. Para qué miedo, habiendo hospitales.

Así, tras varias idas y venidas (entro en planta con la naturalidad de un gitano), lo he entendido: le han metido una carcasa (aún no la venden los chinos) que mediante chispazos le acelera la sístole y otro calambre para la diástole. Fernando está igual, por mucho que le implanten no creo que mi buen amigo cambie.

De momento, ha retrasado la retirada de los puntos porque los lunes tiene programa, ha preguntado al cardiólogo si las pilas del marcapasos valen para el mando a distancia de la tele (incluso en el hospital ha visto la serie Puenteviesgo) y al enterarse que el inventor del marcapasos murió a los 92 años, ya se ha hecho una idea de cuánto duran y los programas que le quedan en Televisión Extremeña.

Porque aquí en Mérida cambiarán muchas cosas, pero Fernando Delgado solo hay uno y no cambia (bueno, también roza la eternidad Antonio Vélez). A estos toros de la vida Fernando no los deja pensar y los afrenta de cara, convencido de que se ha salvado (de esta) por el efecto vasodilatador de los crianza y reserva que, en su cuerpo, son como la fuerza en el pelo de Sansón, mejor no recortarlo.

El mundo gira, y todos dentro de él, pero mientras iba a verlo pensaba que con los amigos te pasa como con los hijos, el hijo preferido es aquel que más te necesita, en un momento dado. Para quienes tenemos algunos sabemos que eso va cambiando pero reconforta ver que a quien quieres no le arredra un jamacuco, que lucha con la nobleza de un toro y sigue haciendo planes. Carácter es destino, y esa manera de ser es hermosa porque hace felices a los tuyos.