Isa Marara, pisa con garbo, que un aniversario, que un aniversario te voy a hacer, aún a costa de ser inhabilitado --a perpetuidad y con razón-- para tribunales ordinarios ciudadanos o lo que sean los jurados carnavaleros. Y es que estos cantores de las tierras lusitanas (capital: Mérida, la del encanto especial y la de la gente alucinante) es lo que tienen, el prurito de haber roto el tópico de la fecha de caducidad de las gentes del carnaval (romano), proclamando que hay vida (y chirigota) más allá de los 50, alimentado sueños, velando ilusiones por más que el tiempo pase.

Y así, desde hornitos a chiringuitos (yo también he sido un niño), se cumplirán ya 35 años desde que entre los dedos de una mano, la de mi primo Andrés y un presunto Prieto (Bruñuelas), perpetraron una unión Augusta, legalizaron una forma excelsa de ser emeritense, inventaron un modo de vivir la copla sin cuartel. Cuando cantan se comprometen (a seguir cantando), un léxico excluyente hablando por los descosidos (nada que rime con cinco ni con mano), un santificarás las fiestas entre semanas, meses y años, una azarosa murga investigadora (han encontrado en el Albarregas un metro de platino iridiado y un miembro agusanado del emperador Augusto), un bailar "agarrao" tratando de encontrar el punto justo, el calcetín perdido en la lavadora, ahora que no se baila agarrao y los calcetines de los chinos son de quita y pon, póntelos. Estos tipos han sublimado, cual Boteros musicales, la apoteosis de los tanguillos tocabalones (ustedes captarán la sutileza).

Así pues, tres décadas y media después, sangre, sudor, lágrimas, tristezas y alegrías, la Marara avanza y aunque llegaron para hincarle el diente a mi pueblo, por poco no se lo comen entero (de momento han acabado con los higos del Albarregas). Nadie suponía que sobre los escenarios algo grande nacería y que, todavía, esa pasión nos uniría, si este es el camino cómo será la romería.

Y eso que yo debería guardarles rencor a los mararos tras el excluyente rechazo a mi participación coral (tienes orejas pero no oído, llegaron a decir, no sabes entonar, malparido, me espetaron).

Y un día, parecido al de hoy pero hace casi 35 años, tuvo lugar el primer episodio de metafimosis (fideuá, en el argot) de Zapa y mi primo el de las setas, allá dónde se cruzan los caminos del Santa Eulalia, allá donde se desterró la conjura de los sobrios y allá donde se plantó una chirigota que me ha hecho añadir una cuenta a mi rosario vital. Además de la barriada en la que vivo, los bares donde bebo, las iglesias donde rezo, los santos en los que creo, los goles que no meto... tengo a la Marara con la que canto, porque esta historia que les cuento es la historia de una parte de mi vida.

Y quizás alguien se pregunte cómo después de tantos años aquí están todavía, enloqueciendo en febrero (y en octubre), siendo los primeros o los últimos pero nunca en el centro, sin que se les pegue la lengua al paladar, con los pies en el suelo de nuestra Mérida y la vista en el cielo, o en lo que pase con salero (mejor no entrar en detalles, buena gana empujar si la ilusión es corta), sin bajar el listón del decoro y el respeto. ¡Es la Marara, emeritenses! ¡Esto sí que es arte!