XSxe ha reproducido tímidamente la serpiente de verano de Gibraltar por los alardes del tricentenario de la ocupación, aquel 1704, cuando la pérfida Albión puso su zarpa sobre la roca, con la clara intención de no soltarla nunca más. Siempre se mantuvo la teoría de que mientras los monos no abandonaran el enclave, los ingleses tampoco se irían. En alguna ocasión que visité el Peñón cumplí con el ritual de acercarme a los monos, tan ricamente instalados por las escarpadas laderas, junto a los itinerarios obligados de los turistas con los que mantienen una relación clara de interés, sobre todo alimenticio. Los llanitos y los ingleses los adoran y los miman, al tiempo de obligarse a vigilar su salud, su capacidad reproductiva, sus indicios evolutivos en la adquisición de habilidades propias y naturales como homínidos y, a pesar de todo, por ser nuestros abuelos.

En Mérida, un poco más arriba del Peñón, también en el sur sociológico, hay un templo romano, vestigio de un tiempo imperial, cuando la ciudad era la capital de la Lusitania, mucho antes de que se rodara Gladiator . Ese templo, llamado de Diana, está habitado por una pequeña colonia de gatos. Podrían ser felices esos gatos, pero no los hacemos felices, como hacen los ingleses con sus monos de Gibraltar. ¿Por qué no son felices esos gatos? Tal vez porque les ocurre como a los animales olvidados en las sórdidas perreras de esta reseca piel de toro . No les hacemos caso. En cualquier otro lugar, en Roma, por ejemplo, con todos sus monumentos, los gatos están rollizos y confiados. Pero aquí los gatos del templo de la ciudad bimilenaria están escuálidos, famélicos, escurridos como tablas, abandonados a su suerte.

Los vecinos con sentimientos suelen darle alguna comida de vez en cuando. Sólo eso, porque agua no tienen, salvo que por las noches se escapen del recinto para beber en dos fuentes públicas cercanas, con aguas supertratadas con productos que deben destrozarles sus pobres tripas. No hay una mínima fuente en ese soberbio recinto monumental en la que los gatos pudieran suavizar la brutal acometida solar. Los administradores del recinto, el famoso Consorcio de la cosa, hace oídos sordos a la realidad viva que habita entre sus vallas. Los gatos, propiedad clarísima de esos administradores, no reciben un trato acorde con las leyes propias del bienestar animal.

Dudo mucho, y debiera preocuparnos, que si los llanitos y sus dueños, los ingleses, supieran de como se trata a los gatos en algunos lugares que un día fueron Roma, en la cercana Mérida, Extremadura, España, se les agudizara el deseo de ceder alguna soberanía gibraltareña por el horror de lo que pudiera pasarle a sus venerados monos. Aún menos si supieran que algunos alevines humanos tienen tuerto a más de un gato del manoseado Templo, ensayando su puntería con escopeta de balines.

Gatos olvidados, cerca de Gibraltar y sus felices monos. ¿Dónde está el futuro?