En septiembre del 2015 dos interferómetros de altísima tecnología detectaron un estremecimiento cósmico imperceptible, vibraciones procedentes del evento más violento jamás captado en el universo después del Big Bang. Esas vibraciones, llamadas ondas gravitacionales, eran el fruto de una descomunal colisión entre dos agujeros negros acaecida hace 1.300 millones de años.

Aquí, sin ir más lejos, los agujeros negros no se buscan sino que se hacen y las ondas no son gravitacionales sino abismales porque allí nos conducen las andanzas bien pagadas de unos falsarios que se agrupan en torno a la pesimamente llamada Memoria Histórica. Viene esto a cuento porque otra exposición del rencor campea en el Alcazaba. Exposición que más que arrojar luz nos llevaba al abismo de la oscuridad (reviviendo la hecatombe de 1936). Una cosa es dar sepultura digna a las víctimas y otra montar un negocio (subvencionado) con el más rancio de los sectarismos, pero los motivos por los que se fija, por ley, la verdad histórica intentando perpetuar la memoria del mal (parcial) debería ser estudio de exorcistas. Estos impostores de la verdad, sembradores de agujeros de polilla y aventadores del odio del antiguo olvido se inventan un pasado que dificulta la paz social, eludiendo cualquier documentación histórica (con leer a Fernando Delgado en La guerra civil en Mérida se les acaba el cuento).

Ante la manipulación y el falseamiento del pasado la mejor estrategia para reconstruir la paz es el olvido pero estos caraduras van en sentido contrario. No sé a cuánto salen cada uno de los 20 paneles de esta historia del ‘genocidio franquista’ que tan generosamente paga la Diputación de Badajoz y la Filmoteca Regional, y donde brillan por su ausencia los caídos, víctimas y mártires de la gran persecución. Y tras los paneles, las calles. Porque (ver El mundo today) hay nombres que recuerdan los momentos más negros del país, como María de las Mercedes, Rosario o Custodio y lo lógico será sustituirlos por otros como Paridad, Brisa, Luna, Dylan o Etéreo.