TLtanguidecía mi parroquia, y con ella sus parroquianos (mea culpa, mea culpa) por esos designios tan peculiares del Señor de la Historia que, con cierta divina guasa, consiente períodos oscuros en su Iglesia para que después nos demos cuenta, pobres hombres, que es El quien guía nuestras vidas y a su grey encomendada. Daba penita ver semivacía la parroquia de San José con luteranas (mi suegra) y calvinistas (yo mismo) como único acompañamiento. Y, en esto, llegó Pablo Burgos y fundó la Cofradía de la Sagrada Cena.

Cuando me llamó José Antonio Llano una mañana de viernes de hace doce años no sospechaba que aquella iba a ser una de las cervezas con más efectos colaterales de mi vida. Me hablaba de un tal Pablo que junto a don Heliodoro estaban creando una Hermandad en mi barriada, la Sagrada Cena y Nuestra Señora del Patrocinio, y me invitaba a unirme a ellos con el expeditivo argumento del porque sí, porque te da la gana.

Como los Llano son lo que son y significan para mí lo que significan no creo ni que me pidiera opinión y, al día siguiente, me presentó a Pablo Burgos. Desde entonces ha sido, es y será mi Hermano Mayor y su Cruz de Guía mi cruz de guía, compañero en procesión y en ilusionadas convicciones y afanes. Y eso, pese a los inicios balbuceantes con los que empezamos esta aventura vital que comenzó siendo una Santa Pena, por escasez de efectivos (algunos apóstoles los primeros años no se presentaron al convite), desparrame de nazarenos (esa vuelta sin luz tan solitos por las traseras del Teatro Romano) y ausencia de sitio (tuvimos que habilitar una carpa como Casa Hermandad, por ver si escampaba).

Tardamos unos años en juntar a los 12 apóstoles (y algunos más en pagarlos), muchos ensayos para ahormar costaleros (¡que pedazo cuadrilla ahora!), unos cursillos para elevación y sostenimiento de faroles (uno de mis hijos a mi derecha y otro a mi izquierda), muchas oraciones para procesionar como Dios manda y el apoyo de nuestra costurera celestial.

XSALIAMOSx de milagro y era un milagro lo bien que terminábamos; como soy católico --ahora ya lo son hasta los obispos-- creo en los milagros, pero necesitábamos media docena de ellos para salir y siempre me surgían dudas de si era mucho pedir tanta urgencia cofradiera. Nunca nos faltaron. Y así, lo que empezó como una aventura se ha convertido en algo con un propósito deliberado: a la felicidad no se llega cómodamente sino haciendo estación de penitencia. Y aún en esas estamos (por los siglos de los siglos), porque esta hermandad de penitencia no ha hecho más que empezar sus domingos de ramos (convencidos de que Domingo de Ramos puede ser siempre).

Coincidiendo con la Sagrada Cena llegaron fieles a San José, contribuyendo a revitalizar lo que dormía, a espolear conciencias y dar vidilla a la parroquia: que si el vía crucis, que si el Rosario cuando amanece, que si ahora voy, que si ahora leo... Si la vida vale lo que valen tus compromisos, el compromiso de la Sagrada Cena con su Parroquia de San José es evidente, fiel y ejemplar. Ahora, es Jesús que pasa para quedarse, para ser uno de los nuestros, y también ha oído "ve y repara mi iglesia, ve con los de la Cena".

Todo esto viene a cuento porque El hombre que procesiona , o sea, Pablo Burgos Guillén, me dice que ya no habrá un Domingo de Ramos igual, que el próximo será otra cosa para él tras esta etapa fundacional; me llama para decirme que tiene otra papeleta de sitio, otro lugar, otra manera de llevar el costal. ¡Qué equivocado está mi Hermano Mayor!; esta Cofradía de la Sagrada Cena vivirá por su impronta (esté o no esté él), por su procesionar con dificultades (el camino que recorremos es el que elegimos), por sus novedades semanasanteras (nosotros estrenamos lágrimas de verdad), por sus arengas bajo el paso "Somos los costaleros, venimos todos a una debajo de los costeros", porque los de la Sagrada Cena cuando decimos "Al cielo con el del Pan" algo inenarrable sucede en la barriada de la Argentina y en los corazones de nuestra gente... Y alguna emoción más, pero el tramo se hará liviano pues otro Pablo Burgos ocupará su lugar, seguiremos de milagro en la tarde del domingo de ramos de nuestra vida, pero la procesión no parará. Algunos, Pablo, quizás no te lo vayan a agradecer, Dios, desde luego, si. Y toda nuestra cera seguirá estando en los cirios del de arriba.

Esta tarde boda en San José, por fin lo vamos a casar, no es mala manera de continuar. Felicidades, Pablo... del Tío Mayor, el de los faroles.