Periodista

Cuando daba clase en mi primera etapa como maestro lo hacía en una habitación, cuya única iluminación era un ventanal que daba a un corral con animales. Pizarra, pizarrín, una libreta de dos rayas para las muestras y alguna vieja enciclopedia, componían el ajuar pedagógico de los niños.

Lo que más abundaba en los pueblos eran las tabernas y las partidas de dominó, cuatrola o tute y beber vino. Los más cultos, el cura, el médico, el maestro y el boticario, echaban su partida en el casino, jugándose las pestañas al chamelo o al póker. Así se desarrollaba toda la cultura.

Como periodista he hecho reportajes en cortijos con capilla y cuadras de caballerías que eran mejores que la casas de los obreros. Muchos vivían en chozos. No tenían fines de semana. Ni vacaciones. Los pueblos carecían de lo más elemental: agua potable, luz, pavimetación y saneamiento. Ni un solo pueblo tenía biblioteca. La taberna era el lugar de encuentro de jóvenes y mayores.

Quise llevar a visitar estos lugares a Juan Carlos Rodríguez Ibarra1 y lo que ha hecho es sustituir los chozos por viviendas dignas. El burro por el coche. El quitarse la gorra y saludar con la cabeza baja por la Seguridad Social y un sueldo digno. Los pueblos tienen casas de culturas, bibliotecas, piscinas y asociaciones culturales. Nos queda mucho por recorrer, pero esto se ha hecho con el tesón de un político como Rodríguez Ibarra, que ha tenido que sufrir desprecios a esta tierra, frases despectivas como lo de ´bellotari´ y cierta incomprensión de los que han mandado siempre y ahora ven cierta igualdad que les desespera.

Rodríguez Ibarra se ha equivocado en ocasiones. Ha manifestado pensamientos en voz alta que han puesto nervioso a más de un político y escritor. Este emeritense ha conseguido que los extremeños se sientan orgullosos de serlo aquí y fuera. Un político con garra y tesón.