La cofradía infantil sufrió en su salida. Todos miraban al cielo. Los costaleros sentados en los bancos de la concatedral de Santa María la Mayor observaban las imágenes con cierta pena. En su fuero interno pedían que, aunque la lluvia era necesaria, que se dejara para después de la procesión.

Y salieron. Volvieron pronto por el chubasco que cayó precisamente en ese momento. El sacrificio valía la pena. Merecía la pena. Todo un año esperando para sentir como costalero o cofrade esa religiosa intimidad que sólo saben apreciar los que forman parte de una cofradía.

Esta cofradía, la primera que sale en la Semana Santa emeritense, tiene fuerza. Es cantera de otras y los niños, jóvenes, padres y algún abuelo forman parte de ella; principalmente los niños y niñas que ya son una piña. Mirabas sus caras y comprendías esa misma angustia que tiene ese Cristo que sacan a hombros y que este año cumple cincuenta. Doña Bati lo donó por una promesa.

Todas las cofradías sienten esa intimidad, dentro del recogimiento y llevando a hombros a sus pasos, ven como transcurren por lugares de la época de Cristo.

Todos sienten como algo suyo la Semana Santa y se empapan de religiosidad en estas fechas. Seguimos avanzando. Nadie puede romper esta soga que une a todos. Y las distintas cofradías dan lo mejor que tienen y no son sólo sus imágenes sino el entorno que miman, quieren, sienten y viven la pasión de Cristo.

Para endulzarnos tenemos los clásicos caramelos de la Mártir que tiene ya historia de decenas de años. También forma parte de la historia de la Semana Santa emeritense.