Los festejos para conmemorar el día de la patrona de Mérida han ido cambiando. Entre 1950 y 1960 se hacían danzas y comedias, bailes en todas las sociedades con lo más elegante que había en cada casa. Se adornaban las fachadas, se limpiaban la ciudad, principalmente por donde pasaba la procesión del día 10, y los balcones y ventanas estaban adornadas con mantones y banderas. Mérida se vestía de gala.

Miles de personas asistían a la procesión y otras tantas la presenciaban a su paso, pero todos participaban en el festejo religioso. La noche anterior, los emeritenses iban a la quema de una colección de fuegos de artificios, que es de las pocas cosas que aún quedan como festejo distinto a lo religioso, que no ha cambiado nada en los siglos: dos procesiones, misa solemne con un predicador de lujo y una salida de la iglesia de Santa Eulalia para ir a otros lugares a pasar el día y la apertura de las pitarras, que era una tradición que se perdió y poco a poco comienza a recuperarse, ya son varias las que se abren en la ciudad.

La procesión la abría las cruces alzadas de ambas parroquias y el estandarte de la Asociación de Santa Eulalia, banderas y la Junta Directiva de la Asociación con todas las Ramas de Acción Católica; banderas y directivas de las cofradías Infantil, Ferroviarios, Cristo de los Remedios, Cristo del Calvario y Excombatientes; escuadra de gastadores y banda de trompetas y tambores del Regimiento de Artillería, que era una de las presencias más esperadas, ver desfilar a sus artilleros cuya mayoría eran de Mérida; Mayordomos y Junta de la Hermandad de Santa Eulalia precediendo la imagen de la Mártir Santa Eulalia que iba en andas y en su templete de plata. Emocionaba a su paso y muchas lágrimas se vertían con su presencia.

La presidencia eclesiástica, que marchaba detrás, estaba integrada por el clero de ambas parroquias presidido por sus respectivos párrocos: Carlos Alonso y Rojas, de Santa María, y César Lozano, de Santa Eulalia.

Seguían los Guardas Rurales de la Hermandad de Labradores y Ganaderos, los componentes de la Cruz Roja y Guardias Urbanos de Tráfico, empleados municipales, comisiones y representantes de los Cuerpos y Servicios del Estado; jerarquías del Movimiento Nacional y Sindicales; jefes y oficiales del Regimiento de Artillería y el Excelentísimo Ayuntamiento de Mérida en Corporación, bajo mazas y con el pendón de la ciudad.

Los alcaldes de esta década fueron Francisco Babiano Giner, Manuel Calderón Calderón, Eduardo Zancada Alarcón, Narciso Rodríguez Ramírez y Francisco López de Ayala y García de Blanes, que siempre les acompañaban el juez municipal, Alberto Sánchez y Sánchez, un buen escritor y que hacía unos ripios entrañables; comandante militar teniente coronel de Artillería y los tenientes de alcaldes y concejales. Cerraban la procesión la Policía Armada, Guardia Urbana y la Banda Municipal de Música que en esta década fue Luis de Bernardi, otro entrañable personaje que ha quedado en la ciudad muchas raíces, como otros tantos directores de la banda municipal emeritense.

La tradición de la festividad de Santa Eulalia viene de siglos. En un artículo de José Antonio Peñafiel González y Martina Flores Caballero comentan esta festividad entre los años 1650 a 1750. Cien años de recuerdos.

Ya en esa época, en el siglo XVII, las autoridades civiles, militares y eclesiásticas asistían a las procesiones. La primera el día 9, víspera de Santa Eulalia, donde por tradición la patrona iba de una punta a otra de la ciudad, desde la parroquia de Santa Eulalia, que se encontraba al final del Arrabal, a la parroquia de Santa María la Mayor, en la plaza de España.

Pasaba la noche allí y ya, a primeras horas, en la madrugada, al venir el alba, se tocaba diana y la banda municipal anunciaba el día con una serie de piezas que interpretaban por las calles hasta llegar a la parroquia de Santa María donde se celebraba la gran procesión.