Salgo del túnel de entrada a la Antigua y bordeando el Circo (Romano) una rumana (de Rumania) me ofrece un calendario de la Mártir bendita por un euro. En derredor se afana con los brazos en cruz, en una mano dos calendarios y en la otra unos pocos, en esforzada estrategia a la que no le auguro muchas ventas (¿cómo coge el euro?) También el Chino de la rotonda de Cepansa ha puesto portales de Belén, esos son los nuevos tiempos.

Entro en el Hipódromo y veo, sentados en la Spina, al Pelín y al gitano Cascarilla hablando, cabreadísimos, sobre los atascos de Mérida. «¿Pero a vosotros, romanitos de mi corazón, qué más os da si vais por encima?», digo, pensando que alguna ventaja tiene que tener ser fantasma. «Ser emeritense es seña de identidad hasta en la vida eterna y no nos gusta lo que vemos, coches hacinados en nuestras bimilenarias calles». Cascarilla, hijo de esquilador, me dice punzante: «Amas a tu pueblo cuando te da la oportunidad de ser feliz, pero hay días que el tráfico emeritense no lo torea ni el Platanito», aserto que no puedo cuestionar porque, otra cosa no, el Platanito era de faenas arriesgadas. El Pelín, porte a lo Varon Dandy, emeritenses maneras, dice: «En Marquesa de Pinares no podemos ni ir por arriba por los pitidos que provocan los aparcados en doble fila, el Puente Nuevo se pone más caliente que las pistolas del Coyote, añoramos los tiempos del Augusto Vélez cuando por lo menos se tenía una idea del urbanismo y del tráfico en Mérida».

Hablando de atascos, Cascarilla se lanza: «Tú, que lees los evangelios, eso de que estará dividido el padre contra el hijo, el hijo contra el padre, la madre contra la hija, la suegra contra la nuera... ¿Lo dijo Jesús por los catalanes?» Peor, gitano, peor; ellos dicen que Jesús era catalán. Pero ese es otro atasco irresoluble, hasta para Platanito.