La primera hornada de periodistas que ejercimos nuestra profesión (apasionadamente) en la Mérida de los 80 ya peinamos canas y calvas, lo que no quita para que desde el largo aliento sigamos recios y viscerales, ajenos a nostalgias y lejanos a melancolías. Ángel Briz, Pepe Aroca, Fernando Hernández Pelayo (pronto te fuiste, compañero), Urbano García, Pablo Sánchez, Juanma Cañamero, (el joven José Antonio Reina llegó después), trabajábamos en redacciones de olivetti, noticias con 24 horas de retraso y fotografías al autobús. Parece que fue hace un siglo (exactamente) pero ahí están, en el dintel de los recuerdos de tiempos intensos.

Como éramos los que éramos (pocos y bien avenidos) le dábamos a pelo y a pluma con lo que, tarde o temprano, cubríamos el fútbol para, de esta forma, unirnos en un signo de identidad común, algo que nos caracterizaba por encima de otras consideraciones: con todos se peleaba Pepe Fouto. Bueno, todos menos Ángel Briz con quien es imposible discutir, pelearse con él sería como abofetear a Teresa de Calcuta, algo inimaginable. Tampoco con Fernando Delgado, mi hermano mayor, a quien nombró jefe de prensa al parecer sin cobrar (algo tan inimaginable como lo de la Santa de Calcuta).

Pero esta Mérida de mis entretelas es un sentimiento, no se quita, se lleva bien adentro, por eso muchos de los que discutimos con Pepe Fouto nos juntamos el pasado martes en el Romano para darle un abrazo, decirle que le hemos echado de menos (que es declaración de cariño), y que aquí nos tiene, en el lugar de siempre, otra vez navegando a contracorriente. Pepe Fouto entre berrinches y sinsabores ganó en estima, a su peculiar manera. Entre los recuerdos felices de mi vida (el fútbol es algo más que eso) está el apellido Fouto con sus ascensos grabados en el alma. Por eso que ahora venga ARO y diga que el Romano será José Fouto además de una obviedad es de justicia.