El centro de refugiados es un lugar de encuentro para decenas de personas que llegan de los cinco continentes con la esperanza de labrarse un futuro, y para ello están dispuestas a sacrificarse con tal de lograr papeles, trabajo y dinero. Sin ir más lejos, acoge a un joven de 32 años de Guinea llamado Tudián, que ha llegado andando a Mérida cinco años después de que huyera de su país e iniciara su aventura sin dejar de caminar; o a familias enteras procedentes de varios puntos del mundo; incluso a dos bebés que, como todos los demás refugiados, pasarán seis meses en este centro para pedir asilo en España antes de dejar sus instalaciones.

Javier Segura es el nuevo director del centro y destaca que desde que hace cinco años se abriera han pasado por el más de 180 personas, de las que un 40% "se quedan aquí porque logran encontrar un trabajo".

En la actualidad conviven 32 personas, una cifra elevada a estas alturas del año para ocupar unas instalaciones con capacidad para cuarenta.

Sólo en un lugar así, dice Segura, es posible ver bajo el mismo techo "a un ruso y un checheno", por ejemplo. Esa tolerancia es la que quieren trasladar a la ciudadanía, por lo que se ha propuesto abrir el centro a visitas para que lo conozcan.