Me llama mi hermano mayor Fernando Delgado, filius Valhondus, para decirme que se ha puesto a régimen y dada la imposibilidad de abandonar el apostolado de la barra (al que por necesidades informativas nos dedicamos) nos vamos a andar y elegimos la Charca como escenario de nuestras correrías. Así pues, henos de salida en lo que otrora se llamaba Merendero Madrid, dispuestos a batir el récord de vuelta rápida, ‘arreglaos’ pero informales y con entusiasmo a raudales.

¡Vaya dos cojitrancos para un viaje!, podría pensar un espectador inadvertido, pero debo reconocer que nosotros nos consideramos bienaventurados pues no hay dicha más grande que poder hacer lo que a uno le satisface y con quien le dé la gana. Intento dármelas de entendido y mirando alrededor musito: Espliego, romero, eucaliptus, valeriana y basura; Fernando amablemente me contesta: «Ni puta idea, solo has acertado en la basura».

Vaya manera de cargarse una leyenda urbana de ‘enterao’, debería comprender que siendo de Mérida carezco de las estructuras mentales para discernir de campo, pese a que provengo de la Argentina, barriada sabia (por eso no tiene asociación de vecinos) donde proliferan las vistas emeritenses reinventadas. Fernando es listo como los ratones coloraos, don Jesús pensó que ‘si quieres un hijo pillo mételo a monaguillo’ y se me hizo seminarista, que es garantía de persona sostenible, aquella que puede mantenerse por sí misma y lo ha conseguido bastante bien.

Cuando doblamos por la Peña del Águila ya íbamos como las vacas del Prieto que daban más lástima que leche y a un ritmo tipo Fernando Alonso, petardeando, tanto que una señora que ya pasó de los setenta nos adelantó por la izquierda (en mí, comprensible, en Fernando, depende). A punto de llegar a la ermita de San Isidro a Fernando le llama Paquita y, este, espeta: «Media vuelta». Constato que lo nuestro son las distancias cortas y que las vueltas a la Charca son como el arte del toreo, efímeras, instantáneas y gloriosas.