Si la historia recoge los acontecimientos dignos de recordar, ayer se vivió en el coso de San Albín una tarde histórica, pues quedará en los anales de la plaza emeritense. Lo que Finito de Córdoba y Manzanares hicieron en este ruedo, al que ya sólo faltan seis años para ser centenario, será recordado por mucho tiempo, pues fue de tal calado que va a ser muy difícil de olvidar.

La noche anterior Juan Serrano había sido padre de un varón al que pronto bautizará con el nombre de su padre. Dicen que los niños vienen con un pan bajo el brazo. Lo cierto es que ayer el torero comentaba la feliz noticia, a la vez que recordaba la gran tarde de toros que en ese mismo ruedo brindó una tarde septembrina de 1989, cuando aún novillero sublimó el toreo.

Ayer sublimó Finito el toreo ante Lindito, un jabonero de gran calidad. Ese animal, al que toreó mecido a la verónica, llegó a la muleta un punto justo de fuerzas. Lo había lidiado magníficamente Rafael Rosa, sin molestarlo y llevándolo largo.

Finito inició el trasteo por arriba pero con mucho sabor. Inmediatamente se dispuso a torear al natural, y los pases brotaron largos, aunque le costaba al animal pues blandeó levemente. Cambió de mano y el diestro comenzó a llevar al astado a media altura pero alargando el pase todo lo que podía.

La faena rápidamente comenzó a cobrar cuerpo. Finito daba tiempos entre las series y sitio en el primer muletazo, con el engaño adelantado. Siguió otra vez al natural, y esos muletazos se fueron haciendo enormes por rotundos, con bellísimos remates en lo que era un toreo cambiado por uno u otro pitón, cuando el torero se mecía con el buen animal. Hubo cuatro naturales inmensos, con remates torerísimos, para culminar con la guinda de otros naturales, ahora de frente y a pies juntos. Las dos orejas, tras la vuelta al ruedo de ese animal tan agradecido, suponían un reconocimiento a un gran torero.

Los otros momentos cumbres de la corrida los protagonizó un José María Manzanares en estado de gracia. Fue ante el segundo, de nombre Delicado, un toro de acusada nobleza, de soberana calidad en el engaño. Primero fueron excelsas las verónicas, rematadas en los medios.

Después, cuando veíamos a José María ir desgranando una faena siempre a más, de delicada belleza a tono con el nombre del toro, pudimos ir comprobando que el toreo es un arte de sobrecogedora belleza, que entra por la vista y se asienta en el corazón, para provocarnos un gozo a veces inenarrable.

Fue un trasteo en el que hubo una puesta en escena difícil de explicar si no se asistió a ella. Majestuoso el torero, daba el pecho en los primeros cites, para traerse al animal, llevarlo y sin darle toques, ligar los muletazos, acompañando con todo el cuerpo.

Así brotaban las series en redondo de rara perfección, una tras otra por ambos pitones, como a cámara lenta, que con tanto relax y entrega toreaba Manzanares. Fue una faena cumbre, de un torero en sazón.

En el resto de la corrida hubo algunas cosas también dignas de contar. Una primera faena de Finito, no rematada con la espada, de buen gusto a un toro manejable. Una segunda de Manzanares en la que también brillo por el buen pitón derecho del astado. Y otra faena animosa de Cayetano, ayer con el peor lote, al sexto, valiente ante un animal que iba y venía sin excesiva entrega. Por el contrario, el tercero fue un toro que fue adquiriendo sentido.