A sus 94 años sor Cristina Arana Astigarraga, coherente con los ideales de la congregación a la que pertenece, afirma que la Medalla de Extremadura que ayer recibió en Mérida es un galardón que debe otorgarse a la congregación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl en su conjunto y no a ella en particular. “No he hecho nada de particular, sólo cumplir con mi obligación”, asegura sor Cristina, quien agradece al presidente autonómico, Guillermo Fernández Vara, y a la Junta de Extremadura esta distinción, aunque recalca que su nombre “no tiene que sobresalir”. Su conciencia no le “dicta” recibir premios y contra ésta “nadie se puede meter”.

“La principal obligación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl es el servicio a los pobres, y muy pobres, y hacerlo como es debido, con amor, con generosidad y respeto”, añade la monja.

Arana lleva 70 años trabajando en el comedor social Virgen de Acogida de Badajoz, donde es muy querida por su trayectoria y trato con los usuarios. “Mi experiencia allí ha sido normal, no he hecho nada de particular ni excepcional. He estado tranquila y a gusto. Mi vida no ha sido complicada”, indica.

Cerca de cumplir los cien años, sor Cristina ya tiene que valerse de un andador y pasa casi todo el tiempo reposando y rezando, pues sufre numerosos achaques. “No tengo equilibrio en las piernas y una escoliosis muy pronunciada en la espalda. Al andar sufren el diafragma y el corazón. Me fatigo mucho”, explica.

“No soy una persona que haya sobresalido en alguna cosa, sino una sencilla hermana, y no me pegan estas cosas”, manifiesta en alusión a la Medalla de Extremadura concedida. “No puedo, no quiero, no debo”, ha añadido. Por ello, cree que el galardón debe otorgarse a la congregación en su conjunto. “Cristo está en el enfermo y en los pobres, y tenemos que sentirlos y verlos a ellos como a Cristo”, afirma.

Como ha explicado, su labor ha sido hacer todo lo que ha podido por los pobres, “como todas las Hijas de la Caridad del mundo entero, cuya misión es servir a los más pobres y a quien nadie quiere”.

VASCA Y EXTREMEÑA. Se siente vasca pero a la vez extremeña, porque “la sangre la llevamos dentro”. Nació en Bergara (Guipúzcoa) el 11 de marzo de 1924, dentro de una familia de profundo sentimiento cristiano. En 1945 entró en la compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl e hizo el seminario en la casa provincial Martínez Campos en Madrid. Como monja su primer destino fue la Cruz Roja de Cáceres, aunque allí solo estuvo un año. Posteriormente se la envió al Hospital Provincial de Badajoz. En 1991 su vida dio un giro importante, ya que empezó a servir en el comedor social Virgen de la Acogida, que las Hijas de la Caridad establecieron en la calle Martín Cansado de la capital pacense. Y aquí comenzó su fama, al ganarse el corazón de los vecinos.

Todos los adjetivos que a sor Cristina se le puedan poner se quedan cortos. Su bondad, cariño y trato exquisito son conocidos por todos aquellos que han acercado al comedor social Virgen de Acogida. De hecho, muchos ciudadanos de Badajoz la consideran un referente vital. Así lo corroboran habitantes, enfermos atendidos por ella, sanitarios, familiares de enfermos, y familia. Siempre supo conectar con las necesidades de cada persona, lo que le granjeó el cariño de quienes la rodeaban. Quienes tienen un problema se acercan a ella y le consultan sus tribulaciones en la confianza de que siempre encontrarán comprensión y palabras de alivio.

Sor Cristina es miembro de la Compañía de las Hijas de la Caridad, fundada en 29 de noviembre de 1633 en París por san Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac. Repartió su solidaridad en Francia y Polonia durante los siglos XVII y XVIII. La compañía llegó a España en 1790, extendiéndose por Europa y América Latina, Asia, África y Oceanía a lo largo del siglo XIX.

CONGREGACIÓN. En la actualidad, la congregación tiene 18.284 hermanas, de las que 742 aún están formándose. Tienen presencia en 93 países, 71 provincias canónicas y una región, con 2.169 casas y 77 anexos. Los principales objetivos de la Compañía de las Hijas de la Caridad son la humildad, la sencillez y la caridad, juntamente con el respeto, compasión y cordialidad en el servicio a los pobres.

Hospitales, escuelas, casas de atención pastoral, hogares infantiles, y de mujeres maltratadas, residencias de ancianos, casas para mujeres convalecientes, pisos tutelados o centros de rehabilitación de toxicómanos son los escenario del día a día de estas religiosas. También tienen una honda preocupación por la distribución de alimentos a quienes lo necesitan, minusválidos y personas sin apoyos, presos e inmigrantes.

La congregación fue reconocida en 2005 con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia por su “excepcional labor social y humanitaria en apoyo de los más desfavorecidos desarrollada de manera ejemplar durante cerca de cuatro siglos”.

En la región cuentan con tres comunidades, en Badajoz, Cáceres y Plasencia, aunque llegaron a tener diez.