Han pasado sesenta años desde que se firmó el Tratado de Roma. La sociedad y el mundo han cambiado sustancialmente en esas seis décadas. En 1941, en plena segunda guerra mundial, solo once países podían recibir la etiqueta de demócratas. Por el contrario, al final del siglo XX, dos tercios de la población mundial vivían en democracia. ¿La globalización y el siglo XXI siguen en ese proceso de ampliación de la democracia? Parecía que el mundo árabe, con sus primaveras se abría y quería abrazar el sistema democrático, pero resultó ser un espejismo. Hoy ese mundo lucha por la estabilidad y por la reconstrucción más que por la democracia.

En Rusia, tras la caída del muro de Berlín, se vislumbró un atisbo de democracia. Hoy, la realidad nos indica que los rusos solo disponen de democracia para ejercer el derecho al voto. El resto del tiempo la democracia rusa es una caricatura.

En China lo que les importa es el crecimiento económico y la competitividad. La democracia sigue siendo la asignatura pendiente del régimen comunista.

En África son muchas las tareas en las que están embarcados, La democracia es una de ellas pero ni la más importante ni la más exclusiva.

EEUU, tras las últimas elecciones presidenciales, corre el riesgo de encerrarse en sí mismo, renegando del papel de líder mundial y defensor e impulsor del sistema democrático.

¿Qué queda en el mundo, sesenta años después? Nos queda América Latina y Europa. América Latina en claro retroceso con hiperliderazgos que camuflan la falta de democracia. A los europeos nos queda Europa, el continente donde hace sesenta años se pusieron las primeras piedras que terminaran con una guerra civil de treinta años y que sirviera de contrapunto al sistema comunista que se abría paso por el este tras el éxito de la revolución de Octubre.

De nuevo se vislumbra el peligro de arrasar lo que fue una salida pacífica a dos guerras mundiales. Los españoles ya cumplimos el sueño de ser como ellos con el ingreso de España en la Unión en 1986. Y también se cumplió el deseo de vivir como ellos. Ahora que somos como ellos y vivimos como ellos, tenemos que elegir. O apostar por el desmembramiento o apostar por la federación europea con todas sus consecuencias. Yo apuesto claramente por lo último.