De alguna manera comencé a escribir estas letras, que tan amablemente me pide El Periódico Extremadura, escuchando los sonidos del agua que me llegaban de los chorros mudéjares de la Fuente de los Caños de Guadalupe. No, no nos será fácil alejarnos de los sonidos del agua, de su presencia, de sus idas y venidas, de sus pasos, de sus espejos... Sí, espejos de agua como los de la Isla de Plasencia en los que se refleja toda la belleza de las catedrales; azogues de agua también en la alberca trujillana donde se multiplican imágenes de una monumentalidad poderosa. Y qué decir de los prodigios arábigos reflejados en el aljibe del Palacio de las Veletas de Cáceres.

Serán muchas las sensaciones que podremos sentir en este viaje al agua por nuestra provincia. A veces serán sensaciones intimas, como esas que nos llegan al contemplar la paz de las charcas que salpican nuestras dehesas, o las que nos producen los susurrantes caños de las fuentes. Pero las aguas también son espumas, desasosiegos, fuerza, belleza poderosa, como la que sale a nuestro encuentro con estruendosos sonidos en las cascadas del Trabuquete y de la Ventera, en la Vera; en las del Caozo y Marta, en el Valle del Jerte; en la de la Chorrera, en el Valle del Ambroz; la Cervigona o la del Convento, en la Sierra de Gata; en las impresionantes Meancera y Chorrituelo, de las Hurdes; la Chorrera de las Calabazas, en los Ibores... Son aguas que truenan, que se escuchan lejanas. Son aguas verticales retando a la lluvia.

Agua, memoria del agua en los molinos del aceite, de Arroyomolinos de Montánchez, de la Vera... También molinos de aceite en los cauces hurdanos y de Traslasierra; molinos del pan, junto a los cauces del Erjas, del Almonte, del Alagón…

Memoria del agua también en las fértiles vegas, en los primorosos huertos. Memoria también en los poleos, en los berros, en las corujas, en los gazpachos, en los mojes, en los escabeches de agua, en las ensaladas de patatas fritas torniegas…

Agua, siempre agua, aguas que sanan en los baños de San Gregorio de Brozas, en las milenarias termas de Baños de Montemayor, en las del Balneario Valle del Jerte de Valdastillas, en los baños del Salugral de Hervás, en el Trampal de Montánchez. Aguas que sanan también en el manantial de la Geregosa de Santiago de Álcantara, en los baños de La Cochina, en Villasbuenas de Gata, la Fuente del huevo, en Ceclavin...

Aguas rayanas como aquellas de Saramago y su sermón a los peces, en este caso en el Tajo, el Erjas, el Sever -“Vinde cá, peixes, vós da margem direita (...) e vós da margen esquerda que estais no rio, vinde cá todos e dizei-me que língua é a que falais quando aí em baixo cruzais as aquáticas alfândegas…”-. No, ya no hay fronteras ni pasaportes ni sellos estampados sobre el papel, ahora son rayas de agua sobre geografías compartidas en un proyecto común como es el del Parque del Tajo-Tejo Internacional.

Y sobre el agua, los puentes del hombre, los de la memoria de Roma en Álcantara, en Alconétar, en Piedras Albas, en Cáparra, en Valencia de Álcantara -su Pontarrón de los Garabíos sobre el Alburrel-; caminos sobre el agua en Coria, en Plasencia, en Romangordo -con toda la majestuosidad de su puente de Albalat-, en Madrigal de la Vera, en Aldeacentenera, en Galisteo… Son viejos caminos del hombre sobre el agua, los de sirga junto a los cauces. Son viejas historias que aún hoy podemos escuchar en alguno de nuestros pueblos junto al Tajo, viejas historias que miran hacia un esplendoroso futuro, el de estas tierras.