Mérida es mucho más que una confortable habitación en un palacio renacentista o en un convento medieval. Nadie está aquí de paso cuando un sencillo paseo le puede llevar hacia puentes de historia, bellos parajes naturales, románticos vestigios milenarios y singulares testimonios del presente.

Nuestra historia ha sido siempre un río salvado del olvido por puentes eternos, arropada por las aguas romanas y almohades, visigodas y cristianas, árabes y hebreas, que merece ser paseada y sentida, para después añorarla siempre.

Les invito a recorrer mi ciudad plácidamente, paseándola sin agobios, acariciándola con las huellas de un caminante curioso; así descubrirán los tesoros de esta Mérida tan viva como eterna.

Adéntrese en nuestras serenas calles y descubra nuestros rincones de musgo, nuestras venas de mármol, nuestra alma sin tiempo.

Serénese al atardecer bajo chopos y alisos, y aspire la dehesa, a un paso apenas de la urbe y casi tan extensa como el cielo extremeño.

Paladee tabernas y mesones, converse con nosotros y descubra el encanto de la ciudad que fuimos y de la capital que somos.

Y después del paseo por la historia, no lo dude y descanse. En cualquier lugar de Mérida tiene el caminante solaz y confortable lecho. Porque Mérida será ya, para siempre, su segunda casa.

Bienvenido.