Cuando de pintura extremeña se trata, profesionales y aficionados piensan, al menos una vez, en Jaime de Jaraíz. El trabajo del pintor fallecido hace más de una década, todavía suscita un especial interés entre los estudiantes y profesionales de dibujo y pintura, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. De hecho, hace menos de un mes, la Junta de Extremadura concedía al artífice la Medalla de Extremadura. Un galardón otorgado, no solo en reconocimiento a su valiosa y extensa labor pictórica sino, principalmente, por haber sido una persona comprometida con Extremadura que ha sabido llevar su nombre y el de Jaraíz de la Vera por salas de exposición de todo el mundo durante más de 30 años.

La historia tras la figura del pintor en cuestión, está llena de elementos fascinantes que hacen inferir tan solo, una pequeña parte de la verdadera naturaleza del artista. Hay que hablar con la familia, visitar las exposiciones dedicadas a su obra, conocer la fundación que organiza actos en torno a su figura, para informar una idea más acertada de lo que supuso Jaime de Jaraíz para Extremadura.

Jaime García Sánchez nace el 23 de abril de 1934 en la localidad de Jaraíz de la Vera, y desde pequeño comienza a dibujar y pintar de manera compulsiva todo aquello que le rodea. Une su afición a reproducir la realidad con el aprendizaje autodidacta de la guitarra desde los 14 años, algo que intentará compaginar con su carrera profesional como pintor. La personalidad del joven Jaime, al igual que la de varias generaciones, queda definida por la España de posguerra. En este sentido, su hijo y tocayo, Jaime de Jaraíz, cuenta que la humildad que caracterizó a su padre durante toda su vida, se fragua durante esta época: “Era un hijo de la posguerra española, pero se consideró un privilegiado, pues tuvo la suerte de comer una vez al día. Él valoraba mucho las cosas que tenía y exactamente eso es lo que define su forma de ser”.

El joven creador aprovecha la oportunidad de demostrar su talento ante los vecinos de Plasencia a la edad de 16 años, y resulta ganador del primer premio en el concurso de pintura patrocinado por Caja de Plasencia, con un cuadro titulado ‘Alegría y vino’. Este evento resultaría de capital importancia para el desarrollo del joven como pintor, pues desemboca en su primer encargo importante: un lienzo de gran formato para la iglesia de San Miguel. Poco después, el entonces alcalde de Jaraíz de la Vera, Albino Fernández Pérez, le facilita una ayuda económica para iniciar los estudios en la Escuela de Artes y Oficios en Cáceres. Allí, entre muros medievales y olor a pintura, prepara las pruebas de ingreso a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.

Este peculiar episodio marcaría profundamente a Jaime de Jaraíz. Relata su hijo: “A raíz del concurso el pueblo dijo, ¡oye, tenemos que hacer algo por este niño y sus capacidades!.. El pueblo le becó, hecho que hizo del agradecimiento a la localidad, una praxis incondicional en su vida”. Hasta que marcha a Madrid, el pintor jaraiceño retrata personas, calles, monumentos y paisajes de la localidad. Láminas que “conforman un valioso testimonio documental del patrimonio e historia del pueblo. Cosas que había, que ya no están y que han sido recogidas en los cuadros de mi padre”, destaca Jaime de Jaraíz hijo.

Durante la década de los 50-60, el artista vive inmerso en la investigación y aprendizaje de las técnicas pictóricas, compartiendo clases con autores como Alfredo Alcaín, Vicente Vela o Isabel Villar y asistiendo a las clases libres del Círculo de Bellas Artes. Será aquí donde conozca a Eugenio Hermoso, Zabaleta o Aniceto Marinas, personalidades que seguro impactaron en el afán profesional de aquel joven.

VIAJAR Y CRECER. Su formación la complementa con varios viajes. En 1957 aterriza en París para visitar el Louvre y un año después, con 24 años, expone su obra en el Hall del Palacio de la Música de Madrid. Jaime García Sánchez pasa a firmar por estas fechas como Jaime de Jaraíz. Un homenaje a la tierra que le dio la oportunidad de prosperar y que nace de una curiosa anécdota: “A los 24 años, realiza un viaje a Italia junto a dos amigos con la idea de beber de la pintura del Renacimiento. Viaja sin dinero, tocando la guitarra a lo largo del trayecto para ganarse el sustento.

Cuando llega a Florencia y conoce el legado de Leonardo Da Vinci queda profundamente marcado por la figura del autor”, recuerda su hijo. Es tal la impresión, que comienza a firmar como hiciese el polímata italiano en su época, dejando constancia de sus raíces en cada cuadro. Desde 1979, el alias pasaría a ser el apellido de la familia de manera oficial, aprobado por el Ministerio de Justicia. Bajo ese seudónimo expone en el Círculo Medina en el 61 y por primera vez ofrece un recital de guitarra con el fin de ilustrar musicalmente algunos de sus cuadros expuestos. La exposición llama la atención de otras salas y galerías, lo que le permite difundir su trabajo en la Sala Toison y en la Sala Alcón de Madrid. Durante los años sucesivos expone en salas y galerías de Bilbao, Zaragoza o Valladolid, hasta que pega el salto internacional y