Han hecho posible construir cientos de kilómetros de carreteras y servido para levantar infraestructuras educativas o sanitarias; han permitido subvencionar miles de contratos indefinidos y fomentar las políticas de igualdad o medioambientales; han facilitado la modernización del campo extremeño y contribuido a fijar la población al territorio. Durante los últimos treinta años los fondos que se han recibido de Europa han contribuido de forma notable a la mejora social y económica de Extremadura en esas y otras muchas más facetas.

Cuando España entró en la Comunidad Económica Europea (CEE) en 1986 el Producto Interior Bruto (PIB) extremeño representaba el 34,2% respecto a la media Europea. Entonces eran doce los miembros de la Unión. Los últimos datos de Eurostat, referidos al 2014, sitúan la cifra en el 63% de la UE a 28. Y eso a pesar de que los estragos de la gran recesión han hecho caer la convergencia en siete puntos porcentuales desde el 2009.

Precisamente, un estudio dado a conocer ese mismo año cifraba en 15.000 millones de euros los fondos europeos que había recibido la región entre la adhesión española y el 2006. A esa cifra habría que sumar otros casi cinco mil millones que han llegado en la última década solo a través de la PAC o el montante percibido en concepto de fondos estructurales y de desarrollo rural (más de 3.300 millones en el periodo 2007-2013 y cerca de 3.000 millones previstos en el de 2014-2020). En conjunto, alrededor de 25.000 millones de euros en estas tres décadas. Un montante que sería suficiente para cubrir el presupuesto de la Junta de Extremadura durante casi un lustro. Es difícil calcular cuál ha sido el impacto real de las inversiones que se han realizado gracias a estas ayudas, pero parece fuera de toda duda que ha sido importante.

¿Cómo sería la región de no haber recibido este apoyo? «Es muy difícil plantear un contrafactual de 30 años, pero posiblemente sería una región con muchas menos infraestructuras. Su sector servicios estaría menos desarrollado y probablemente hubiese perdido más población. Para la gente que se hubiera quedado, las cosas habrían mejorado, pero no tanto como ha sucedido», apunta Paulo Miguel Madeira. Este geógrafo está realizando su doctorado en el Instituto de Geografía y Ordenación del Territorio de la Universidad de Lisboa, abordando el impacto de la crisis en las regiones de la UE y Brasil entre 2008 y 2014. Desde el pasado mes de enero está en la Uex, estudiando cuál ha sido la evolución en Extremadura.

En este sentido, durante este periodo más reciente, señala Madeira, es cierto que la región ha divergido de la media de la UE en términos de PIB per cápita en paridad de poder adquisitivo. Sin embargo, puntualiza, los fondos europeos «han ayudado» a contener los efectos de la crisis. «Si no fuera por ellos, creo que el PIB hubiera revertido más», aduce.

De los fondos recibidos de Europa, los expertos, políticos y técnicos extremeños a los que este geógrafo está consultando estos días destacan especialmente que han permitido «la mejora de las infraestructuras, sobre todo de las carreteras y los equipamientos sanitarios y educativos». En el lado contrario, como aspectos en los que quizás se podía haber hecho más, cita la inversión en I+D+i o el desarrollo del tejido industrial. Ya con vistas al futuro, considera que la agroindustria o en el sector turístico pueden ser dos de las áreas de acción preferentes para estas inversiones a partir de ahora.

AYUDAS AL CAMPO / La Política Agrícola Común (PAC) ha sido también clave para la región. No en vano, en ella el peso del sector primario en el PIB es más del doble que a nivel regional. Los 67 millones de euros que se percibieron en 1986 en ayudas comunitarias al agro llegaron a multiplicarse por más de diez justo dos décadas después, en el 2006, con 687 millones, cuando se alcanzó el máximo de la serie histórica.

En el 2015, último año con datos cerrados, el importe de los pagos fue de 532,7 millones de euros, que se repartieron entre 61.204 beneficiarios. Estas ayudas permitieron a los agricultores asegurar, al menos en parte, sus rentas y no ser tan dependientes de las inestabilidades climatológicas. Facilitaron producciones más cuantiosas y de mejor calidad, al tiempo que fomentaron la creación de tejido agroindustrial.