Todo empezó y acabó en una discoteca. No es extraño tratándose de la divertida y contagiosa familia Márquez Alentà, mamá Roser conoció, en 1987, a papá Julià en la sala de fiestas Big Ben, en Mollerussa, punto de encuentro de toda la comarca. Y todos juntos han celebrado este mediodía, en Cheste (Valencia), el último título de esta graciosa tribu, que nunca ha dejado de estar unida en búsqueda, persecución y consolidación del mayor sueño jamás imaginado y que aún está por llegar: ver a sus dos hijos, Marc y Àlex en el equipo Repsol Honda de MotoGP.

Claro que si queremos remontarnos en el tiempo y encontrar, un momento, un instante, una imagen, un grito, un suspiro, un salto en el sofá, una apoteosis de gloria y placer, sí, de placer, hay que remontarse a la noche mágica del 20 de mayo de 1992 cuando el holandés Ronald Koeman convirtió al Barça, a Cataluña, al primer tiqui- taca y a la familia Márquez Alentà, bueno, al matrimonio Márquez Alentà en campeones de Europa.

Cuenten y verán cómo, nueve meses después, nace Marc. Y a Roser, esta mujer arrebatadora, todo cariño, todo sonrisa ("pues sí, esta sonrisa es suya y solo suya", reconoce el bueno de Marc), la mejor cómplice que uno puede encontrarse en la vida, no le duelen prendas en reconocer que sí, que aquella euforia futbolística trajo esta gloria de las dos ruedas, a la velocidad que Tintin Koeman chutó aquella fabulosa y precisa falta nació Marc Márquez Alentá.

"Allí estábamos Julià y yo, un año después de casarnos, sentados en el sofá de nuestra casa de Cervera, dando saltos de alegría por la victoria histórica del Barça y, la verdad, disfrutamos tanto de aquella final, tanto, que nos miramos y nos preguntamos ¿pero qué hacemos aquí solos? ¡Venga, Julià, que sea lo que Dios quiera! Y, ya ve, al poco apareció este pequeño diablo maravilloso". Tras el mayo de 1992 vino febrero de 1993, nueve meses que cambiaron el mundo de las motos.

La precocidad con la que el hijo predilecto de Cervera se ha movido en la vida, fuera y dentro de la pista, pisando circuitos de tierra y deslizándose por el asfalto, hace pensar que se trata de alguien que cayó en la marmita de Harry Potter. No es normal que todos los que lo han visto, no importa la edad a la que lo vieran, que lo sufrieran o que lo disfrutaran, coincidieran, al primer soplo, en que estaban ante un niño prodigioso, iluminado, escogido, fabricado con el material del que se hacen los sueños. Aquel niño se ha convertido en el piloto que ha roto todos, todos, todos, los récords de precocidad, siendo el hombre más joven en lograr una pole, una vuelta rápida, un podio, una victoria, un título (2013, sustituyendo al norteamericano Freddie Spencer), dos, tres y hasta cuatro (2014, 2016 y, ahora, 2017, ocupando el trono del británico Mike Hailwood).

Son muchos los niños que, al cumplir 4 años, piden una moto a los Reyes Magos. Pero son muy pocos los críos que, ya campeones del mundo, con 17 años, acuden, un desapacible 29 de febrero del 2010, acompañados de toda su familia, a dar las gracias a todos los que le han ayudado a crecer. Antes de acabar la ceremonia pidió el micrófono y, con el desparpajo que ya empezaba a caracterizarle, sugirió a todos los presentes, niños y jóvenes que aspiraban a ser como él, que "la manera de llegar arriba es dejarse aconsejar por los que más saben".

Era evidente que, en ese instante, Márquez se acordaba de la ayuda desinteresada recibida de manos de Angel Viladoms, Joan Moreta, los hermanos Jordi y Josep Rojas, Comercial Impala, las gentes del RACC, Guim Roda, Àlvar Garriga, el equipo Procurve, Pío Ventura, su hijo Iván y, cómo no, Emilio Alzamora, la Escola Monlau o Repsol. Y también de Jaume Curco, un tipo muy implicado en todo lo que fueran carreras, un mecenas del Motoclub Segre.

Fue Curco quien se hizo pesado. "El día que puedas, Emilio, tienes que ver a un chaval de Cervera que te va a sorprender, que te cautivará", le insistía a Alzamora. "Te gustará porque nadie tiene el paso por curva de ese niño, ¡nadie!". Y el diamante cayó en manos del tallador. Ya brillaba, pero había llegado la hora de pulirlo y convertirlo en joya, en la piedra preciosa que deslumbraría al mundo. "Desde el primer día que lo vi tuve la sensación de que estaba frente a alguien muy especial", explica Alzamora, que se hizo cargo de la carrera de Marc cuando el brujo de Cervera tenía 11 años.

MARC NO QUERÍA JUGAR, QUERÍA GANAR

"Había momentos --explica Viladoms, expresidente de la Federación Española de Motociclismo-- en que su superioridad, incluso cuando competía con niños dos o tres años mayores que él, era hiriente. Hubo alguna matinal en la que llegó a subirse al podio en el enduro per nens, motocrós y velocidad, en las tres categorías". El dirigente recuerda que todos hablaba de divertirse ("porque es lo que deben hacer los niños cuando empiezan"), pero que Marc solo pensaba en "ganar, ganar". Divirtiéndose, claro.

Viladoms asegura que debajo de esa carita de buen niño ("que lo es, y mucho") había un chaval que sabía muy bien lo que quería y cómo conseguirlo. "Tiene un culo privilegiado -narra el exdirigente que ha ayudado a triunfar a tres generaciones de campeones--. Quiero decir que su sensibilidad encima de la moto es prodigiosa. Parece como si llevase un culotte lleno de sensores. La información que, ya de pequeño, suministraba a sus mecánicos era precisa y, sobre todo, muy fiable".

Los primeros que disfrutaron de esa sensibilidad fueron Guim Roda y Àlvar Garriga. Papá Juliá les llevó a Marc para que frotasen esa lámpara de Aladino. Solo pusieron tres condiciones: divertirse, aprender y ganar. "A los dos días de estar con Marc --relatan Guim y Àlvar al unísono-- nos dimos cuenta de que éramos unos palurdos. Marc poseía una madurez admirable". Roda recuerda que, en más de una ocasión, Marc, con solo 9 años, se interponía entre él y Garriga, con la única y sana intención de trasnformar la tensión en sonrisas.

"Si la puesta a punto no es la ideal, tranquilos, yo intento arreglarlo en la pista". Y el chaval acababa pacificando la situación con un buen crono. Y Guim, mirando a Àlvar, le decía. "Tendrá cojones que este mocoso nos dé lecciones". El mundo al revés. Las escopetas disparando a las perdices.

Guim y Alvar reconocen que fue tremendamente gratificante trabajar con Marc porque era un niño muy receptivo. "Hay muchas maneras de sentirte piloto", dice Guim. "Una, con fogosidad, con pasión, con coraje; y otra, para mí mejor, con frialdad, entendiendo lo que te está pasando sobre la moto. Ser atrevido no te conduce a ningún sitio. Quizá de vez en cuando te proporcione un éxito que te haga creer que eres la bomba, pero a la larga acabas haciéndote daño. Pilotar sabiendo intentando averiguar el por qué de las cosas, te permite sacar lo mejor de ti mismo y de la moto. Ese era Marc, el niño que te ayuda a hacer mejor tu trabajo".

UN PILOTO CALCULADOR, MUY FRÍO SOBRE LA MOTO

Insistiendo en su argumento, Guim defiende que una cosa es ir deprisa y otra saber por qué vas deprisa. "Hay muchos pilotos que van deprisa pero no saben explicar por qué van rápido. Marc sí lo sabe y lo explica como nadie". Es ese culo del que habla Viladoms. "Es muy duro no saber explicar por qué vas rápido. A Marc le ocurre todo lo contrario. Su cabeza procesa las sensaciones casi a la misma velocidad que la moto. Es un tema de frialdad. El explicaba lo que le pasaba, tú aportabas la solución y el tío bajaba el tiempo. Era automático. Fue muy gratificante trabajar con él, mucho", dice Guim.

Àlvar, su mecánico de entonces, desde los 9 a los 11 años, sigue manteniendo una amistad con Márquez. "Lo prodigioso de Marc es esa frialdad con la que pilota, esa serenidad para entender el riesgo, todo lo que hay a su alrededor, que es mucho, sin que te afecten emotivamente las dificultades". "Cuando aprendes a controlar tus emociones --concluye el maestro Roda-- es cuando te vas haciendo maduro. En ese sentido, la madurez de Marc, siendo tan niño, tan joven, ya era sorprendente".

No porque sea tetracampeón de MotoGP más joven de la historia, perdón, el sextacampeón más joven de la historia con 24 y 268 días -hasta hoy lo era Valentino Rossi, cómo no, con 25 años y 244 días (2004)--, sino porque aún tiene gestos, actitudes, guiño de aquel niño que nació nueve meses después del estallido de Wembley-92, es por lo que todos coinciden en señalar a este joven prodigio en el icono del nuevo siglo, el muchacho que, con 14 años menos que Rossi, ya es el nuevo monarca.

"Marc no tiene doblez, su sonrisa es suya, una sonrisa así no se puede fingir", dice Ramon Royes, alcalde de Cervera. "Tenía las ideas muy claras. Nunca fue impulsivo y eso se nota en la pista, porque decide en milésimas de segundo y se equivoca muy poco. Como en el cole", dice su profesora Roser Atienza. "A mí siempre me ha admirado lo claro que lo tiene todo", señala su hermano Alex. "Ni se crece cuando gana, ni se hunde cuando pierde, siempre con los pies en el suelo", sentencia mamá Roser.