«Hacer un buen Mundial es llegar lo más lejos posible, y eso pasa por ganar partidos», dice Oscar Washington Tabárez. Uruguay ya está en la segunda fase y su entrenador, a medida que se avanza en puntas de pie, evita el histrionismo o la grandilocuencia. Apoyado en dos muletas a causa de una enfermedad neurodegenerativa, el «maestro» como le llaman por un pasado docente, dirige con templanza desde el banquillo. Tabárez funciona como el reverso exacto de su colega Jorge Sampaoli. No los separan un río, el de La Plata, sino un océano inconmensurable.

Tabárez es un emblema silencioso de la Celeste. Con altas y bajas, pasito a pasito, lejos de las cámaras y la veleidad, el maestro, a los 71 años, sorprende a propios y extraños. Cuando la dirigió por primera vez al seleccionado, en 1990, fue eliminado en octavos por Italia. Volvió en el 2006 y no le faltaron críticos que lo consideraban anticuado. Cuatro años más tarde, en Sudáfrica, Uruguay alcanzó el cuarto puesto.

El equipo fue recibido en su país como inesperados héroes. La FIFA lo premió como el mejor entrenador. Al año siguiente, ganó la Copa América que organizó Argentina. En Brasil 2014 se despidió también en octavos, convencido que tendría una nueva oportunidad de gestionar un grupo con varias estrellas -Suárez, Cavani, Godin- sin hacer mucho ruido.

De Wanders y Bella Vista

Montevideano, nacido en 1947, enseñó en varias escuelas de los barrios populares de la capital uruguaya. «La primera vez que fui a una escuela carenciada vi a una niña que le quitó la cáscara a una banana y la tiró al suelo. Me acerqué para decirle que eso debía ir a la papelera, pero en el ínterín apareció otra nena que levantó la cáscara y se la comió».

Jugó a la par profesionalmente. Era lateral derecho. Vistió las camisetas de Wanders y Bella Vista. Se retiró en 1978. «Terminé como futbolista sin un peso ahorrado. Es que pasé por muchos clubes chicos. Me alcanzó para comprarme una casita». Dos años más tarde comenzó a dirigir a los juveniles de Bella Vista. En 1987 ya hablaban de él en las portadas de los diarios. Ese año ganó la Copa Libertadores de América con Peñarol. Luego, en 1992, fue campeón con Boca en Argentina. Pasó por el Milan, Cagliari y el Oviedo, pero no pudo reeditar los éxitos.

En el 2006, retornó al seleccionado de un Uruguay a la deriva y puso una condición: había que trabajar intensamente con los canteranos, darle a la selección una perspectiva. El Frente Amplio (izquierdas), que estaba en el Gobierno desde el 2004, le garantizó esa posibilidad. El ministro de Deportes Héctor Lescano dijo que, con Tabárez, el fútbol de un país que había ganado dos mundiales y vivía inmerso en la nostalgia de un tiempo irrecuperable, se preparaba para «baño con cepillo y jabón». El maestro consideró que era indispensable formar a las nuevas generaciones con criterios que superaran la mera exaltación de la garra.

Había que desterrar una imagen internacional que consideraba «exagerada» sobre los uruguayos y que quedaban encasillados bajo el rótulo de «golpeadores, tramposos». Se necesitaban valores técnicos y éticos diferentes. La Celeste adquirió un protagonismo diferente en los mundiales juveniles. «Una de las cosas que yo siento como éxito es que se haya valorado al equipo aun en la derrota».

Desde hace años padece el síndrome de Guillain-Barrè, un trastorno neurológico que afecta el sistema nervioso periférico y debilita su motricidad. No fue fácil. Un poema de Teresa de Calcuta tuvo en él el efecto de una iluminación. Como si se lo hubieran escrito personalmente. «Sigue aunque todos esperen que abandones / No dejes que se oxide el hierro que hay en ti / Haz que en vez de lástima, te tengan respeto / Cuando por los años no puedas correr, trota / Cuando no puedas trotar, camina / Cuando no puedas caminar, usa el bastón».

Y eso hizo. el maestro, porfiado, se ayudó de bastones y hasta de un carro al costado del campo de juego. El hombre que a los 71 años todavía sueña con seguir avanzando aunque pase inadvertido cree que no todo se pone en juego en la gran feria de vanidades. Tabárez nunca renunciará a la posibilidad de convencer al otro: «Ser maestro es ayudar».