A finales del siglo XX e inicios del XXI, el fútbol español ha cambiado su histórica mentalidad perdedora con una generación irrepetible de futbolistas. Gente sin complejo alguno. Chicos que han roto con el mito del futbolista alto, fuerte y atlético que dominaba este deporte durante varias décadas. Llegaron los Xavi, Casillas (ambos fueron campeones del mundo sub-20 en Nigeria hace 11 años; o sea, el éxito les acompaña desde niños), Iniesta y Villa, entre otros, para encumbrar a la selección española, dotándola de un carácter que les emparenta a deportistas como Rafa Nadal (el número uno del tenis mundial), Pau Gasol (que acaba de besar su segundo anillo de la NBA) o Fernando Alonso, bicampeón de fórmula 1, que conduce ahora un Ferrari, otra utopía que ha roto el piloto asturiano. Ahí están ellos, los jugadores de fútbol, empeñados en colocarse también a la altura de la selección de baloncesto, que ya fue campeona del mundo en Japón en el 2006 y plata olímpica en Pekín-2008, solo derribaba por la superpotencia EEUU.