A Uruguay no se le esperaba en semifinales ni de casualidad. A Holanda, tampoco. Tal vez, el recuerdo de los revolucionarios 70, con Cruyff protagonizando el esplendor de la fastuosa naranja mecánica, sirviera de excusa. Pero ni así. Ni el sabio profesor Oscar Tabárez, un técnico que ya guió a Urugay en el Mundial de Italia-90, ni el anónimo Bert van Marwijk habrían imaginado estar hoy donde están. A tan solo un paso de abrazar algo que parecía casi utópico: una final del Mundial.

Ahí, en la hermosa ciudad de Ciudad del Cabo, al sur del sur de Africa, se librará esta noche una semifinal inesperada e insólita. La última selección en conseguir el pasaporte mundialista --Uruguay lo ganó en la repesca contra Costa Rica-- es la última en marcharse de Suráfrica, defendiendo el honor de Suramérica, mancillado por los desastres de Brasil, ridiculizada por el orden de Holanda, y Argentina, humillada por la modernidad de Alemania.

A Uruguay, que llegó aquí sin que nadie le hiciera ni caso, le ha bastado con los goles de Diego Forlán (tres tantos) y el entramado defensivo.

Eso y el excepcional portero que encontró en Luis Suárez, el delantero del Ajax de Armsterdam, cuando realizó la parada del presencia Mundial evitando el tanto de Ghana en el minuto final de la prórroga de un apasionante y dramático encuentro. Después, vino el problema de Gyan fallando un penalti que le perseguirá por el resto de su vida porque dejó a su país y a Africa sin nada.

El tono didáctico de Tabárez, un experto seleccionador (63 años), que al ver que era un pésimo jugador, se hizo primero maestro y luego entrenador, ha dotado de orden y solidaridad defensiva a la tradicional garra charrúa. Los primeros campeones del mundo (lograron el título en su país en 1930) persiguen una utopía.

EL TOQUE GERMANO Hacía la friolera de 40 años que no llegaban tan lejos. Hacía, por tanto, una eternidad que no se encontraban a la puerta de la gloria. Como Holanda, la nueva Holanda. O, tal vez, sería mucho más concreto decir la Holanda con un toque alemán.

Mientras la Alemania de Löw juega como la Holanda de toda la vida, la Holanda de Van Marwijk se asemeja a la tradicional Alemania de músculo y sudor. Con la velocidad de Robben (y sus goles), el ingenio de Sneijder y la zancada de Van Bommel le bastó para ganar su primera final al derrotar a Brasil.

Pero no ha llegado hasta Ciudad del Cabo para quedarse con las manos vacías. Lo que no pudo conseguir Van Gaal ni Van Basten está a punto de lograrlo, casi sin pensárselo en el mejor de sus sueños, Van Marwijk, un técnico sin nombre apenas (58 años), que no puede esconder la herencia que recibió de la Bundelisga cuando dirigió al Borussia Dortmund a lo largo de dos temporadas.

De ahí se trajo el equilibrio defensivo que pregona Holanda, un equipo que se asoma al reto que no pudo conquistar la naranja mecánica. Ni en el año 1974, con Johan Cruyff. Ni en 1978, sin Cruyff.