Cuando entra cada noche en su habitación de Potchefstroom, David Villa llega liberado. Cuando habla con Patricia, su mujer, solo le pregunta por sus dos hijas. Conversaciones de padre o esposo. Nada más. Nada que ver con la tortura psicológica que vivió hace un año, también aquí, en Suráfrica.

Entonces Villa no sabía qué sería de su futuro. Era del Valencia, pero Madrid y Barcelona se pelearon durante el verano por él. Al final, se quedó en Mestalla. Un año después, de nuevo en Suráfrica, Villa es otro futbolista. Una semana antes de comenzar el Mundial, el Guaje comprobó cómo 35.000 personas le aclamaron en un anónimo viernes primaveral de mayo, en las que todas ellas acudieron en procesión al Camp Nou para conocer al que ya se considera como el nuevo Quini.

Un asturiano de 28 años, hijo de Mel, un minero de Tuilla, por quien el Barça pagó 40 millones de euros, arrasa ya con su asombrosa eficacia. Lleva dos Mundiales (Alemania y Suráfrica) y un total de seis goles. Es el máximo realizador de la selección superando a Butragueño, Hierro, Morientes y Raúl, todos del Madrid, quienes lograron cinco tantos cada uno.

Cerca de Raúl

Pero el camino del Guaje no se detiene ahí. Está a solo cuatro tantos de alcanzar a Raúl (44 goles) como el máximo goleador de la historia de La Roja. Le queda tiempo y ganas para derribar al último gran símbolo blanco.

Nadie le reprocha ya que luzca el siete de España. Aunque corre menos que Leo Messi o Cristiano Ronaldo y no hace tantos kilómetros, Villa apunta mejor que nadie. De eso no cabe duda, al menos de momento. España tiene un delantero eficaz, el más eficaz.