¿Y después de hoy qué? Cuando aún se desconoce el grado de movilización que van a conseguir los independentistas y cuántas papeletas se van a introducir en las urnas opacas de las que se ha provisto la Generalitat en unos colegios, por otra parte, intervenidos por la Policía, cabe preguntarse qué va a pasar a partir de mañana con una sociedad catalana dividida, un gobierno autonómico que se ha alejado de la realidad hasta el punto de incurrir en la ilegalidad, y una España exaltada que ha disparado sus índices de españolismo patrio hasta el punto de agotar las banderas en todas las tiendas de este país. Porque el referéndum planteado de forma unilateral desde el Parlament de Cataluña no se va a poder llevar a cabo de ninguna manera y la puesta en escena que se pretende desarrollar a cambio no deja de ser una pantomima, un ritual sin validez ni dentro ni fuera de nuestras fronteras.

«Se va a liar parda». Es la frase que oigo en todos sitios esta semana. Todo el mundo intuye que el choque de trenes institucional va a tener su traslación a la calle y los aires crispados de buena parte de la sociedad catalana van a provocar altercados y sobre todo mucho ruido. No hay que olvidar la enorme atención mediática generada a nivel internacional y el foco informativo de primer nivel que se ha provocado. Porque se trata de una ilegalidad y un desafío, y así se aprecia en buena parte de Cataluña y la mayor parte de España y Europa, pero a ojos de la comunidad internacional hay quien aprecia un cierto sesgo romántico de un pueblo al que injustamente no le dejan ejercer el voto.

No paro de decir que la Constitución española fue para gran parte de la sociedad española el final a 40 años de dictadura, pero para otros tantos supuso el punto de arranque para lograr la independencia. Han pasado otros 40 años de democracia y estamos en ese nuevo escenario que supondría para ellos la desconexión de España. Todo un país luchando por estar juntos y en paz, y unos pocos poniendo todo su empeño en largarse. Les han bastado apenas cuatro generaciones para contar con un amplia mayoría, desde la muerte del franquismo a la búsqueda de un nuevo enemigo que se llama España.

No nos engañemos. El referéndum se ha planteado a sabiendas de que el Estado no lo iba a consentir. Sus impulsores han sabido desde el principio que la simple convocatoria supondría una contribución al independentismo. Han sido conscientes de que cualquier acción del Gobierno o de la Justicia sería entendida como desproporcionada, como una agresión a la democracia interna de un pueblo. Probablemente no haya habido una herramienta más eficaz para disparar el índice de independentistas en Cataluña. Es más, el hecho de que ayer hubiera concentraciones en todas las capitales de provincia a favor de su españolidad también ha contribuido a ello. ‘España frente a Cataluña, Cataluña frente a España’, una estrategia perniciosa para hacer ver hay dos actores en la escena que se tratan de igual a igual, como naciones independientes.

La desconexión de España no se va a lograr hoy, ni tampoco mañana ni el mes que viene. Pero no se puede ser como el avestruz que esconde la cabeza en la tierra para no ver el enemigo. El problema existe y no va a desaparecer por mucho que el gobierno de Rajoy haya entendido como regla a seguir la inacción o el mirar para otro lado.

Hubo un tiempo en que el nacionalismo se sosegaba, se amainaba, con dinero. Éste jugó su papel con el PSOE y con el PP cuando se necesitaron sus votos para formar gobiernos o firmar presupuestos. Pero ese tiempo ya pasó, el panorama es otro radicalmente distinto y la evolución que ha vivido el nacionalismo catalán, sobre todo tras el rechazo de la reforma de su Estatut, no tiene nada que ver con lo anterior.

Quien no entienda esto, está fuera de juego. Porque con bravuconadas o planteamientos represivos se podrá lograr detener al ogro, pero volverá en cuento pueda más fuerte si cabe. Llega el momento del diálogo, el sosiego y el proceso contrario llevado hasta ahora para revertir la desconexión. Hay que conseguir un marco de convivencia que nos permita seguir juntos otros 40 años. De lo contrario, seguiremos como hasta ahora, soltando hilo a un deseo de marcharse que no va a parar. Al revés, irá creciendo hasta ser imposible retenerlo por más tiempo.