Investigadordel CSIC

El papa Juan Pablo II cumple 25 años de pontificado. Además de san Pedro, sólo le han sobrepasado en longevidad en nuestros tiempos Pío IX y León XIII. Un período tan largo y tan lleno de vicisitudes para el mundo como el transcurrido desde aquel 16 de octubre de 1978, fecha de su elección, se presta a un balance rico en acontecimientos y controvertido en la valoración. Sabemos que su elección fue un intento de buscar una salida entre los candidatos de los dos sectores eclesiales enfrentados en el Concilio Vaticano II. Karol Wojtyla, cardenal arzobispo de Cracovia, provenía de una Iglesia y un catolicismo resistentes al marxismo y, aunque cauteloso y moderado en sus intervenciones en los sínodos de los obispos, pertenecía a la minoría conservadora del concilio. Este Papa pronto mostró los rasgos que han caracterizado su pontificado. En primer lugar, un ministerio concebido al servicio del anuncio de la fe, el sostén y aliento de los creyentes. Desde sus primeras intervenciones, llamaba a no tener miedo en un mundo en el cual el avance de la secularización parecía imparable.

En segundo lugar, sus viajes apostólicos, más de 100, quizás el hecho más llamativo de su pontificado, le han convertido en un papa populista y mediático. Ha sido muy subrayada su capacidad para estar ante las cámaras y enardecer a las masas. La valoración de esta cuasi omnipresencia papal es muy ambivalente: para unos, es un gran activador del catolicismo; para otros, ha conducido a un liderazgo papal tan excesivo que ha oscurecido el papel de los obispos.

En tercer lugar, su línea de gobierno ha potenciado el centralismo vaticano en un intento de asegurar la unidad e identidad del catolicismo, amenazado por el pluralismo de interpretaciones teológicas y morales. En pro de la realización de este objetivo, ha tomado unas medidas que marcan la política de su gobierno eclesial. Es conocida, por ejemplo, su peculiar y llamativa política en la aceptación de las dimisiones cardenalicias, llegados los 75 años: así aceptó rápidamente la del arzobispo de Milán Carlo Maria Martini, considerado aperturista, y no las de sus colaboradores, el español Eduardo Martínez Somalo, Joseph Ratzinger, su asesor teológico, o Angelo Sodano, secretario de Estado desde 1991. Este indicador apunta ya hacia una concepción del gobierno de la Iglesia que se aparta del impulsado por el Vaticano II, tendente más a una mayor responsabilidad colegial de los obispos con el Papa. En vez de esto, el papado de Juan Pablo II ha fortalecido la función de la curia, de los nuncios.

Este papado está marcado por un clima de sospecha, delación y conflicto con los teólogos aperturistas. En el fondo yace una concepción del pensamiento teológico no como actualizador de la fe cristiana en las circunstancias culturales y sociales de hoy, sino como comentarista de las enseñanzas del Papa. La amplísima enseñanza papal durante estos 25 años queda reflejada en numerosas encíclicas. Se ha señalado repetidamente su actitud valiente frente a la paz del mundo y una orientación muy abierta en lo social y cerrada en las cuestiones relativas a la sexualidad y la vida. Sus encíclicas sociales defienden una concepción del trabajo y efectúan una crítica a los abusos del capitalismo y del neoliberalismo que ya quisieran hacer hoy los partidos de izquierda. Sin embargo, la concepción de la "naturaleza humana" que sostiene en los temas de sexualidad conduce a un rigorismo que la mayoría de los fieles no sigue.

Su proyecto de "nueva evangelización" le ha llevado a apostar por los llamados Nuevos Movimientos Eclesiales (Opus Dei, Comunión y Liberación, Neocatecumenales, Legionarios), de religiosidad interiorista y poca sensibilidad social, frente a las órdenes de religiosas y religiosos mucho más proféticos. Un papado muy largo, muy largo, que ha visto y propiciado el desmoronamiento de la URSS y asiste al desordenado y conflictivo mundo actual. Deja una fuerte impronta en la Iglesia católica y, mirando ya a su fin, deja muchos interrogantes e insuficiencias a su sucesor.