Definía Napoleón a Inglaterra como esa nación de tenderos. Releyendo algunos de sus escritos, en esa especie de flash-back que una hace siempre tratando de comparar hechos e historias, y, especialmente, de cara al día de la Constitución, seis de diciembre, conmemorativo del referéndum de 1978 en el que se aprobó por amplia mayoría la actual Constitución. Desearía incidir en algún aspecto, desde la óptica de tantos ciudadanos que día a día hacemos este país con esfuerzo y trabajo, y lo duro que puede estar siendo atender al denominado debate territorial, circunscribiéndolo al sólo hecho de las balanzas económicas. Resulta lamentable observar que ese futuro, que parece abrirse sobre la Constitución va a tener más que ver con una cuenta de resultados que con principios tales como solidaridad, justicia, igualdad, educación o sanidad universal, entre otros. Algunos de estos mensajes, en clave territorial, --interesados--, parecen haber olvidado que nuestro país -España-- tiene prescrito un destino común, destino que nos marca el estar dentro del marco de la Unión Europea, con una legislación garantista en derechos conseguidos a lo largo de los años, gracias al esfuerzo de la sociedad civil.

Pero no, parece que ahora el debate es el territorial, en el sentido de crear espacios territoriales unívocos, financiaciones a pulso, obviando que estamos dentro de un territorio o un país que necesita de la solidaridad de todos. En un Estado de Derecho el concepto de la solidaridad no tiene un aspecto caritativo de paliativo, sino de justicia. Con mis impuestos, como ciudadana, estoy totalmente de acuerdo en proporcionar un sistema educativo para todos los ciudadanos y un sistema sanitario y de pensiones universal. Que mi Estado proteja a todos y que no queden en situaciones de marginalidad. Que la vivienda siga siendo una causa de política pública. Que el trabajo y su legislación no devalúe derechos. Esto debiera ser el sentido de cualquier Estado, y la solidaridad su magna expresión.

Cuando se habla de modificar la Constitución convendría preguntarse si ese cambio tiene que ver con el esquema territorial, esto es, el Estado de las autonomías y si detrás de ello, --dado el debate al que ha sido sometido este país con el tema catalán-- va a implicar sacar la libreta del debe y haber, y romper el concepto de solidaridad, por el de y yo más, porque mi territorio es mejor, más prominente, más eficaz, de mayor poder adquisitivo; o apelando a una lengua que le da más caché a la hora de negociar en ese fondo de la solidaridad interterritorial. Algo así como convertir nuestro país en un mercadeo, de tal manera que ya el lenguaje de la clase política se dirime entre balances, y no en el hecho de hacer política; la política que hace cambiar la vida de las gentes para mejorarla. Aquella que trasforma la sociedad para hacerla más solidaria y darle fuerza al estado del bienestar.

Convendría en plena tormenta nacionalista por todos los bandos, que hiciésemos un ejercicio de reflexión en torno a ese concepto de la solidaridad que nos hace creer y participar en un futuro en común porque al final se trata de derechos y deberes de ciudadanos. Los ciudadanos nos inquietamos en exceso cuando esta alta política diseña sus estrategias en esquemas de oportunidad política y en roles que pretenden privilegiar a unos ciudadanos respecto a otros, perteneciendo todos al mismo territorio. Porque se puede discrepar en el recorrido del futuro, pero lo que no se puede hacer es a costa de unos y otros. Está bien el debate territorial, y planteamientos a nuevo, después de décadas de esta Constitución, pero abandonar el concepto de la solidaridad es pervertir un debate, que sus decisiones tendrán repercusiones en cuestiones como la sanidad, las infraestructuras, la educación, las pensiones, y sobre ello no caben convencionalismo territorial alguno. En esta carrera estamos todos los ciudadanos de este país. Y si esos temas no están solventados, este modelo para muchos no nos sirve. El debate territorial o va unido al concepto de solidaridad, o se convertirá en un simple mercadeo entre los que más pueden y los que más capacidad tienen de influir.