No, no somos iguales. Ya quisiéramos. Incluso si nos ponemos una venda en los ojos somos capaces de ver que la igualdad aún no ha llegado, ni se la espera todavía.

Hasta los antifeministas más recalcitrantes estarían de acuerdo. Es más, si leemos sin que se nos salten los ojos las declaraciones del obispo Munilla, podemos darnos cuenta de que también reconoce la diferencia, demonio más, demonio menos.

Tampoco hace falta esforzarse mucho ni andar rebuscando en estadísticas. Ni siquiera tirar de hemeroteca. Pues claro que hay muchos más catedráticos que catedráticas, y académicos que académicas. Y cargos directivos, y muchos más escalones que subir y logros que demostrar si eres mujer.

Y no digamos si encima te da por tener hijos. Solo hace falta darse una vuelta por el patio de los colegios para observar el índice demográfico.

Se critica a las mujeres por retrasar la maternidad cuando a quien se debería criticar es a nuestra clase política por la ausencia de medidas que favorezcan la natalidad.

Algunas serían tan sencillas como crear más guarderías públicas (estamos a la cola de Europa), o ampliar el permiso de maternidad, o reducir las jornadas demenciales de trabajo.

O criticar no a las madres sino a las empresas que recomiendan la congelación de óvulos, como si esa fuera la única medida posible.

También serían necesarias más ayudas para el cuidado de los mayores, para que esa nueva ocupación no recaiga solo en las hijas.

O recaiga menos. Y más solidaridad y empatía, para que no se penalice socialmente a la mujer por dedicar más horas al estudio o al trabajo que su pareja.

Hacen falta muchas cosas, sí. Otra clase política, desde luego. Otra mentalidad que ya está emergiendo, otra forma de mirar el mundo e incorporarse a él que no pasa por inventarse palabras para crear titulares, sino por inventar la forma de facilitar la vida a las mujeres trabajadoras.

Porque no somos iguales, no. Por eso sigue siendo necesario un día así.

Otra cosa es cómo alcancemos la igualdad, cómo luchemos por ella.

Pero el caso es luchar, y lo demás, con diablo o sin diablo, se ponga como se ponga el obispo, se nos dará por añadidura.