La política es apasionante, sobre todo cuando después de un período de atonía y mediocridad, desalentado por tus propios conciudadanos votantes, surge la chiripa y brilla la esperanza. La corrupción se ha llevado por delante al PP, al igual que en su día escándalos de ese tipo condenaron al PSOE de Felipe González a sentarse en una silla de faquir para asistir a la entrada del aznarismo e implantación del liberalismo de barras y estrellas adobado en las postrimerías con alguna ínfula bélica como la guerra de Irak.

Una sentencia como la Gürtel, en un país decente, no lleva más que a la dimisión del presidente del Gobierno que a su vez lidera un partido sentenciado como promotor de una trama institucional de corrupción con perjuicios para lo público y enriquecimiento oscuro para lo privado. Ya sé que los españoles no somos dados a esto, pero de vez en cuando no está mal que nos demos a nosotros mismos un pequeño lujo de ejemplaridad, honradez moral y política, generosidad de una clase dirigente que debería ser intachable, y modelo que puede desfilar sin vergüenza por la pasarela democrática internacional.

Pero Rajoy, y buena parte de su partido, aún estaba en esa fase caduca y obsoleta, apoyada de por muchos españoles, de que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Hay veces que los pueblos, los electores, se enrocan en sí mismos porque nadie les alumbra con un candil desde una esquina, y se resignan a un aletargamiento de mediocridad, plagado de soluciones en barra de bar, pero finalmente ahogado entre telebasura, fútbol, ofertas irresistibles de financieras para cambiarse de coche, y la convicción, cierta, de que tenemos lo que merecemos.

Felipe 1982, Aznar 1996 también funcionó como la salida de un callejón sin salida y agotado, no Zapatero 2004 porque aquello fueron tres días de indignidades y tragedia con Acebes y los asesinos yijadistas por medio. Chispas, salvavidas de ilusión y esperanza a los que se abrazan de vez en cuando los españoles, más o menos desesperados y confiados.

Había que poner una moción de censura, y la tenía que presentar el primer partido de la oposición. Tenía muchos riesgos, y no han hecho más que empezar: aguardemos a las primeras demandas nacionalistas. Más bien las segundas porque las primeras ya van incluidas en el paquete de la moción de censura, los 540 millones que el PNV le sacó a Rajoy para aprobar los presupuestos, bien es cierto que también van la mejora de los pensionistas y el aplazamiento de la temida cláusula o factor de sostenibilidad de las mismas, que ya no será en 2019 para todas las nuevas jubilaciones.

La moción ha sido un salvavidas providencial para Iglesias y Podemos. Se desactiva parcial y temporalmente el explosivo del chalé de Galapagar, y además el líder de los morados parece haber aprendido la lección del error de la primavera 2016 cuando no secundó el intento de regeneración democrática de Sánchez y Rivera; éste luego ha cambiado ciertamente de rumbo, cegado por el éxito electoral en Cataluña.

Inevitable mirar al Portugal vecino. Un gobierno del centro a la izquierda. Porque eso, y más centrismo aún que en ese país, por el desplazamiento de Ciudadanos a la derecha, sería el que debería sostener al nuevo Gobierno y apoyo multicolor parlamentario de las medidas que se tomen. La duración de esta plataforma es incierta, y para el PSOE podría ser un impulso con que recuperar terreno y crédito; se habla del poder de la Moncloa, pero para usar cualquier poder se necesita la habilidad suficiente.

En Extremadura la consecuencia del vuelco político se centraría en la delegación y subdelegación del Gobierno a efectos puramente político-electorales. Esa delegación llevaba un par de meses incrementando su acción informativa, su tarea de vender los logros e inversiones de Rajoy, y la delegada Cristina Herrera no perdía ocasión para dejarse ver en actos públicos. Cambiará la delegada, cambiará la subdelegación en Cáceres, y la acción informativa estará ahora inspirada por los nuevos inquilinos de la Moncloa.

En Madrid un gobierno de centroizquierda, en una España que quizá sea ya más de derechas.