Desconozco el propósito de aquellos que, a sabiendas, consienten en su autodestrucción o no hacen lo suficiente para evitarla, o actúan como cómplices pasivos de un lento e inexorable suicidio, provocado por el apego a ciertas costumbres, a ciertos malhadados hábitos que, inexorablemente, avocan a la destrucción, siguiendo el dictado de un rito que hunde sus raíces en el hedonismo y en la deshumanización.

De jóvenes, leíamos en los libros que salud no es lo mismo que ausencia de enfermedad, sino un estado de bienestar físico, psíquico y social. Y vine a enterarme después del importante número de personas que arrastran una calidad ínfima de vida, que constituyen una rémora para sí, para sus familias y para el sistema sanitario, todo ello por haber practicado durante alguna etapa de su vida, hábitos poco saludables. La mayoría terminan en una muerte prematura después de haber atravesado un largo y proceloso calvario de penalidades.

Más del 60% de las muertes actuales, son debidas a enfermedades que tienen un origen psicosocial, enfermedades que podían haber sido evitadas; estamos hablando del infarto de miocardio, producido por el sedentarismo, la obesidad, el alcoholismo, el tabaquismo, el estrés, la falta de ejercicio físico, o por una dieta alimenticia inadecuada.

XMUCHOS DEx los accidentes de tráfico, tienen una relación directa con malos hábitos de vida: el abuso de alcohol, la falta de sueño, la ingesta de determinados fármacos, el uso de teléfonos móviles o el asumir riesgos innecesarios rivalizando entre conductores. Paralelamente a este dejarse arrastrar por la apatía, hay otro tipo de conductas que tienen su razón de ser en el narcisismo, en dar culto al cuerpo, utilizan anabolizantes para conseguir unos objetivos puramente estéticos, otros se someten a estrictas dietas de adelgazamientos hasta caer en la inanición y en la anorexia, mientras hay quien se abandona al espectáculo deprimente de la glotonería más absoluta; también podemos hablar de deportistas que no dudan en doparse con tal de obtener mejores resultados, o gimnastas que retardan su proceso de desarrollo a base de sustancias farmacológicas. Hay quien practica el travestismo, hombres que prefieren habitar un cuerpo de mujer y al revés, aunque para ello tengan que hormonarse o pasar por el quirófano, o aquellos otros que por perpetuar una juventud ya ida, se someten a la tortura de una estética efímera.

Tal vez el ser humano sea un animal polimorfo e inconformista, y su mente y su cuerpo caminen por derroteros diferentes, de apariencia disociada, como quien busca una identidad que no entiende bien en qué consiste.

Si no nos hubiéramos acostumbrado a la frialdad de las cifras, como a una fatalidad que ya ni nos inmuta, causarían gran alarma social, los veinticinco millones de vidas humanas que se ha cobrado el sida en el periodo de dos décadas, y los cuarenta millones a los que ascienden el número de contagiados. Aparte del sufrimiento y de la muerte, las arcas públicas están destinando a investigación, a medicamentos y al control para evitar nuevos contagios, la friolera de miles de millones.

Aunque se desconocen las causas que están detrás del cáncer, alguna de ellas tienen que ver con prácticas llevadas a cabo por seres humanos: el deterioro del medio ambiente, la destrucción de la capa de ozono, los conservantes y aditivos empleados en la elaboración de algunos alimentos, el tabaquismo, las emisiones electromagnéticas etcétera.

A lo que cabría añadir las enfermedades y muertes provocadas por la insaciable codicia de aquellos que adulteran productos para el consumo humano con el único propósito del lucro, o los que destrozan su juventud y sus vidas, esclavos de la adición a las drogas. Pero mientras esta sociedad dilapida su existencia como un humo que fluye hacia ninguna parte, no muy lejos, cantidades ingentes de seres mueren en medio un dolor silenciado, carentes de alimentos y de medicinas. Aquel antiguo adagio que decía: el hombre es un lobo para el hombre, cobra una escalofriante vigencia en nuestros días.

Lo preocupante no son las enfermedades convencionales, ya que de ellas se cuida el sistema sanitario, sino esas otras que matan silenciosamente y sin que nadie se altere. Es necesario un proceso de concienciación, algo que debería comenzar con la infancia, creando la mentalización necesaria para hacernos comprender que, junto a la libertad personal, es preciso asumir un cierto grado de responsabilidad, pues de las consecuencias que se derivan de nuestras acciones, tienen que responder también otras personas. Existen diferentes formas de acabar con lo que somos, pero a pesar de la gravedad que constituyen para el sistema, de ninguna de ellas hablaron los políticos en el último debate sobre el Estado de la Nación.

*Profesor