TEts muy fácil que recordemos algunos nombres de los premios Nobel de Literatura, y tan normal como que no recordemos quién fue el premio Nobel de Física del año pasado, quizás porque es más fácil leer una novela, un poema, o asistir a una representación de teatro, que profundizar en un ensayo sobre los agujeros negros o la conductibilidad. Los premios Nobel de Literatura son más populares y más controvertidos que los otros, a excepción del Nobel de la Paz, que lo suelen conceder, de vez en cuando, a personas muy guerreras. La Academia Sueca proporciona premios en clave exótica, en clave política, o en clave de calidad. En la primera, nos descubre excelentes poetas somalís o pakistanís conocidísimos por sus parientes; en la segunda, nos galardona a personas que han sabido labrarse un buen porvenir económico criticando el capitalismo, y, de vez en cuando, en la tercera clave, premia la excelencia. En el caso de Harold Pinter se ha premiado la excelencia y la corrección política, porque el señor Pinter lleva mucho tiempo criticando con perseverancia la guerra de Irak, con lo que los miembros de la Academia deben de estar satisfechos. Si Harold, además, hubiera nacido en Zimbawe sería un bingo, pero ya es suficiente con dos premisas. Se trata de un escritor que no ha despreciado ni el guión de cine, ni la interpretación, y que ha conseguido inquietarnos sin aburrir, lo cual es muy de agradecer. Más aún, esa tentación que tiene toda persona criada en un barrio obrero, y que ha llegado a intelectual, de ofrecernos una moraleja final, o de despreciar la estética para caer en el libelo, no ha sido trampa en la que haya caído Pinter. Y es, precisamente, esa sabiduría de quedarse en la exposición para permitir que saquemos conclusiones, lo más interesante, porque gracias a esa técnica nos ha ayudado a inquietarnos, a hacernos preguntas después de la representación o de la proyección de la película, en definitiva, nos ha ayudado a pensar. La Academia, esta vez, no se ha equivocado.

*Periodista