Como cada año por estas fechas llega la hora de los balances, y si hay alguno alarmante es el que corresponde a las víctimas de la violencia de género. Otro año más la cifra es espeluznante y no parece que el panorama se nos presente halagüeño en un futuro cercano. ¿Por qué se considera este tipo de violencia diferente?

Hemos salido a la calle pidiendo la paz cada vez que un terrorista mataba a un demócrata independientemente de su ideología, profesión, o cuerpo al que perteneciera. Las administraciones públicas se han concentrado en las puertas de sus sedes pidiendo paz y justicia. Muchos de nosotros hemos mostrado nuestras manos blancas en señal de duelo y en infinidad de ocasiones hemos gritado ¡ BASTA! Y en esto, no mostramos la misma capacidad de indignación, como si no fuera con nosotros, o tal vez pensamos que nunca vamos a vivir una situación tan terrible, o quizás convencidos de que somos inmunes a esa clase de violencia.

XES INAUDITOx, e intolerable que en casi treinta años de democracia, después de haber soportado una dictadura en que la mujer era considerada como inútil y mero objeto de transmisión permanezcamos impasibles ante noticias de mujeres cruelmente asesinadas a manos de sus parejas como si a tales noticias nos hubiésemos acostumbrado. Por desgracia estas noticias tienen redundancia cíclica, ocupan un espacio fijo como la meteorología o los deportes y más a menudo de lo que deseamos vemos, leemos y escuchamos como indeseables matan a sus parejas de las que se consideran dueños y por ello disponen de sus vidas y de sus muertes a su antojo. Y si el año anterior la cifra de víctimas fue escalofriante, este será aún peor. Y no importa la clase social, ni la economía, ni la edad, ya que en estos datos negros aparecen chicas cada vez más jóvenes. Jóvenes que llenan las universidades, jóvenes que no han vivido la opresión, ni la lucha por la libertad. Jóvenes que han tenido acceso a la educación y a quienes se les ha respetado su capacidad intelectual. Muchas de estas jóvenes que mueren asesinadas a manos de sus parejas han sido las primeras de sus familias que consiguieron una titulación, y no porque a sus predecesoras les faltase inteligencia y ganas de estudiar. Muchas de estas chicas que engordan las estadísticas cada año gozaron de la noche, de muchos de los placeres de la vida, de libertad sexual, y tal vez por ello creen que no deben salir a la calle a reivindicar nada, ni siquiera por tantas mujeres que lucharon en pro de esa libertad, ni por aquellas otras que quedaron en el camino mientras buscaban la forma de acabar con la desigualdad. ¿Qué esperan de la vida? ¿Por qué no se enervan cuando con mejor currículo no ocupan puestos de responsabilidad, cuando observan que son ínfimos los cargos que ostentan en comparación con los mismos chicos con los que comparten estudios, diversión y libertad. No se debe perder la capacidad de indignación, cruzarse de brazos y esperar porque la violencia de género es la violencia de los derechos humanos más generalizada y tolerada socialmente. Esta clase de violencia afecta a la salud, la dignidad, la seguridad y la autonomía de las víctimas. Y lo peor de todo es que las consecuencias son devastadoras y el riesgo para los sobrevivientes y descendiente es fatal ya que es previsible que los niños que son testigos de este tipo de violencia padezcan daños psicológicos durante toda su vida.

La violencia doméstica no es un solo problema legal, sino cultural y social. Por eso además de las leyes que son la base fundamental donde poderse agarrar necesitamos la implicación general, y sobre todo, necesitamos de la decisión firme y fuerte de las mujeres a la hora de denunciar ante cualquier atisbo de violencia física o psíquica, porque una lleva aparejada la otra, y cuando aparece no suele haber parangón. En un gran número de casos la independencia de las mujeres no es aceptada y sus parejas acaban matándolas, sin más, y otro tanto de casos son invisibles para la justicia porque las mujeres no se atreven a denunciar. Desafortunadamente, hay hombres que no quieren perder los privilegios con la sustitución de la ideología de corte machista por de corte igualitario, y en ocasiones la reacción suele ser brutal. Desde hace mucho tiempo, la violencia contra la mujer había quedado oculta por una cultura del silencio, y aún hoy es difícil obtener estadísticas fidedignas dado que no se denuncia debido a la vergüenza, el estigma y el temor a la venganza. Tenemos que ser capaces de erradicar todo esto, de buscar una fórmula que acabe con esta lacra social que arruina la vida de tantas familias, y sobre todo, encontrar la implicación y apoyo moral de todos los ámbitos de esta sociedad. De no ser así, no será el último año con un balance tan trágico y triste.

*Responsable de Políticas parala Igualdad en el PSOE