TItmaginemos que un día sale al mercado un producto, da igual que sea farmacéutico o electrodoméstico, que facilita la vida de los ciudadanos con el inconveniente de que cinco mil usuarios cada año perderán la vida mientras lo utilicen. Ni que decir tiene que las autoridades se replantearían y se pensarían muy seriamente si merece la pena asumir ese alto coste, pero también tenemos que señalar que podría caber la posibilidad de que ese número sea tenido como el mal menor o el peaje que debemos pagar por el tipo de vida que llevamos. Aun así, es inexplicable que en España haya el mismo número de muertos en accidentes de tráfico que en Alemania cuando sólo tenemos la mitad de la población: Algo debemos de estar haciendo mal para que nuestros resultados sean tan trágicos que han dejado de impresionarnos.

Lejos de asustarnos por las cifras podríamos consolarnos, como los tontos, puesto que los resultados podrían ser infinitamente peores en una sociedad en la que se bebe y se conduce sin reproche social alguno, donde no existe la cultura del conductor-abstemio, donde respetar los límites de velocidad sólo sirve para ganarte un concierto de bocinazos y donde ceder el paso a los peatones es saludado desde la acera con el mismo asombro de quien ve un extraterrestre. Quienes no creemos en las medidas coercitivas pensamos que aún estamos a tiempo de educar, pero mientras tanto, y para salvar algunas vidas más, bienvenidos sean el carnet por puntos y las sanciones severas.

*Profesor y activista de los derechos humanos