Los procesos de construcción de las naciones han sido lentos, contradictorios y muchas veces violentos. España no ha sido una excepción y la mirada al pasado no siempre es satisfactoria. La patria se constituye como una mixtificación de las memorias para que su resultado sea transitable. No es así todavía en España por una incapacidad de sus ciudadanos de realizar un psicoanálisis colectivo que sitúe cada episodio en una alacena donde no pueda incomodar. Eso es de verdad una memoria histórica inteligente que modere los sectarismos y dosifique las pasiones.

El siglo XIX español fue la recolección definitiva de un declive que situó el pesimismo como motor de rechazo de la madre España que no quiso a sus hijos sólo porque estos no quisieron entenderse para repartir una herencia cargada de deudas. El golpe militar y la dictadura triunfaron de tal manera que su identificación con España, con la nación y con la patria todavía perdura en el rechazo periférico de muchos hijos que odian a su madre porque no son capaces de situar en contexto sus debilidades.

Ser catalán, andaluz, vasco o gallego no debiera ser otra cosa que una forma de ejercer la condición de español como suma de grandezas e impotencias cultivada desde la libertad y la flexibilidad que permite el estado autonómico. Pero este se creó desde el complejo de que su existencia tenía que garantizarse desde la debilidad de España como concepto, como nación y como estado. ¡Inmenso error¡ Ahora el espectáculo es muchas veces tribal en una espiral centrífuga que pretende que la fortaleza de cada autonomía se construye desde la enflaquecimiento de la resultante, cuando lo que garantizaría todas las grandezas es la expresión de una suma positivo que determinará que si el resultado final es poderoso lo serán cada una de sus partes.

Introducir estos conceptos en la mecánica anímica de los españoles requiere un liderazgo inteligente vertido hacia el exterior que determine que en este mundo globalizado las ideas, los proyectos y los intereses sólo se pueden extender desde un consenso básico con la madre patria a la que se le deben procurar exaltar sus valores y adormecer sus defectos. Todo ello sin necesidad de comerse las banderas ni de quemar las esfinges. No debe ser tan difícil. Otros lo han hecho, incluso los alemanes o los japoneses con su cercano pasado de ignominia. Todavía estaríamos a tiempo de que España sea algo más que una suma de rencores.

*Periodista