En apenas dos días hemos asistido a un intento de pacificación de la opinión pública europea de amplio espectro: en San Petesburgo, Putin y Bush, con Hu Jintao presente, intentaron aparentar un inicio de reconciliación. Después, en Evian, ha sido Chirac el que ha pretendido ser aún más condescendiente con el mandatario norteamericano para asegurar que Francia tenga su parte en el reordenamiento inmediato de Oriente Próximo. Porque, de pasada, incluye el de Africa.

La cumbre del G-8 --los cuatro grandes de la Unión Europea, EEUU, Japón y Canadá, más Rusia-- no ha respondido a su idea fundacional de enviar mensajes de apoyo al crecimiento económico. Pese a la presencia de líderes de países emergentes en las sesiones previas de la cumbre de Evian, todo se ha supeditado a la confirmación de la nueva realidad política: Bush está de gira por Europa y Oriente Próximo para confirmar su liderazgo mundial sin que ya nadie ose ponerle trabas. Como además Schröder está lidiando con la crisis económica de su país, en todas estas reuniones la presencia de la UE ha sido irrelevante. Aunque las relaciones personales entre dirigentes de las potencias mejoren, no es suficiente para recuperar la fe en la política internacional.