No es casualidad que hoy, Jueves Santo, escriba sobre esta homofonía, palabras que suenan igual pero se escriben de distinta manera.

El acervo de tipo cultural, como puede ser la Semana Santa, engloba a toda una comunidad, a sus manifestaciones culturales y artísticas con tradiciones, costumbres y hábitos, y por eso suele vincularse a la identidad de un pueblo, pues se transmite por generaciones, y se considera una de las bases fundamentales de todo grupo social en antropología y sociología.

Sin embargo, acerbo significa áspero al gusto, cruel y riguroso. Son dos maneras de ver la Semana Santa y su expresión popular, en la calle, y en otros ámbitos e instituciones.

España es un estado aconfesional, no laico, lo dice el artículo 16.3 de la Constitución, aunque algunos se empeñen en decir lo contrario: Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española...

Un Estado laico no se adhiere públicamente a ninguna religión determinada, es decir, no se podría paralizar una ciudad para una celebración cristiana, evangélica, judía o musulmana ni retransmitir misas en un canal público.

La diferencia aunque imperceptible es abismal. En un Estado aconfesional, el acervo cultural, aún religioso, en el caso que nos ocupa, estaría legitimado, pues permitiría su expresión por considerarlo de interés comunal, propio de nuestra identidad como pueblo. En un estado laico no tendría cabida.

Lo curioso del caso es que cuanto más avanza nuestra sociedad y nuestras libertades, pareciera que más retrocedieran, en aras justamente de lo contrario, cuando ambas posturas se llevan al extremo.

Se nos llena la boca de libertades, derechos, respetos, etcétera, pero negamos los básicos tanto por quienes llevan a la exageración su religión, y por quienes consideran la misma un acerbo hacia su no creencia.

Respeto y sentido común, por ambos lados, pues es la convivencia de los derechos individuales y colectivos los que crean una sociedad justa. Recemos para poder elegir seguir rezando o no hacerlo, pues es la libertad de opción y el respeto a las opciones lo que de verdad nos hace libres a todos.