TPtor qué tienen que prometer el cargo los ministros delante de un crucifijo y una Biblia?, ¿por qué, no de modo personal, individual y libre, sino como cargos públicos, desfilan en ciertos actos religiosos, pongamos procesiones, concejales o consejeros en algunas ciudades españolas?, ¿por qué en ciertos actos civiles y militares, no religiosos, tiene que presidir o acompañar un sacerdote o un obispo?, ¿por qué algunas instituciones públicas y civiles lucen símbolos religiosos?, ¿es que no estamos en un estado aconfesional?, ¿es que la separación Iglesia-Estado no es tal de facto?

Y créanme si les digo que algunos de los mayores defensores de la aconfesionalidad (y que cada cual practique su culto o su no culto), e incluso de la laicidad, que conozco son creyentes precisamente. Sí, como lo oyen, muchos de ellos cristianos practicantes y votantes de centro y de izquierda, personas de eucaristía dominical y que están metidas en parroquias, grupos, comunidades y compromisos cristianos, y que, por ello, conocen bien de las bondades de disfrutar de una sociedad donde reine la aconfesionalidad, que proteja la pluralidad y las libertades. Y sí, conozco también a unos cuantos cristianos, afines o votantes de partidos de derecha, que gozan más con la preemiencia y el inmiscuirse de la jerarquía católica; pero son los menos (de los que yo conozco, digo).

Y desenmascaremos también otro mito, el de que al hablar de Iglesia la reduzcamos simplistamente a la Conferencia Episcopal. ¡Qué falta de respeto por el resto de la Iglesia, por la Iglesia en su conjunto! Por los creyentes, por los sacerdotes, por los teólogos y teólogas, por las diferentes órdenes religiosas, por todos, en suma, los que conforman la Iglesia; que es plural y compleja y cuyos miembros no siempre comulgan (me atrevería a decir que muchos a menudo no lo hacen) con las actitudes, el ideario y las decisiones de obispos y jerarcas. Y que no son pocas las veces que sufren cuando ven la manera de actuar y de hablar de quienes ostentan el poder eclesial; que no son pocas las veces que han sido víctimas de sus agravios y de su poca caridad (amor); que han padecido sus dogmas y su irracionalidad; que han alzado su voz, sus manos y su ser, ante las injusticias (muchas) vividas dentro de la Iglesia; que tienen fe, luchan y construyen a pesar de todo en vez de salir huyendo; que convencidos nadan contracorriente si saben que la corriente ahoga... y que son conscientes de que la Iglesia no es propiedad de unos cuantos.

A ellos va dedicado este artículo.

PD. Veremos qué dice la ley de libertad religiosa que anuncia el Gobierno. Pero seguramente sea la Iglesia misma quien la merezca, quienes la merezcamos.

*Periodista.